Ocurre con demasiada frecuencia que cuando uno entrega su opinión a un grupo de personas, las más de las veces, unos se muestran a favor y otros totalmente en contra, y es de todos sabido, que por la tradicional terquedad española, aunque el asunto opinado esté sobradamente claro, ninguno de los dos grupos señalados moverá su firme posición tanto si es en contra como si es a favor, cosas de la terquedad y muchas veces de la propia soberbia.
Por eso cuando nos expresamos poniendo en blanco sobre negro lo que observamos y creemos, automáticamente nos hemos ganado un buen grupo de “enemigos”, vamos lo que muchas veces hemos pensado al leer artículos de opinión “este está haciendo amistades”, y no digo que se ganen amigos, ya que los amigos siempre estarán ahí, apoyando ya que por la misma terquedad ellos tampoco van a cambiar de posición.
Por esta soberbia, por esta terquedad, y por este inamovible posicionamiento, es por lo que las cosas están como están, nadie convence a nadie, nadie cambia de posición, y todo se queda por fin de la misma manera que estaba desde el principio, todo permanece igual, e inamovible.
Diferente o igual, pero cuando leemos algo que no nos cuadra, nunca nos invita a la reflexión, a analizar lo leído en profundidad, a pesar de forma empática, o intentar al menos saber qué es lo que nos quiere transmitir la otra parte, ponerse lo que se dice vulgarmente en los zapatos del otro, e intentar mirar en cualquier dirección a la que él apunte, ampliando nuestro campo de visión, quitándonos las anteojeras y aceptando que además de nuestra opinión pueden existir otras, y lo que es más, incluso mejores que las nuestras.
La terquedad es natural de nuestra sangre, hija del “yoismo” y hermana de nuestras cofradías, este mal, y sigo hablando de las opiniones inamovibles, lo único que han acarreado hasta la fecha son perjuicios, resultando que de la fijación nuestra, y de la falta de empatía con las demás, creyendo que al implantar “a tacón” nuestra perfecta idea, estamos realizando la máxima perfección en nuestra obra, cuando la realidad demuestra muchas veces que es al contrario, estamos creando un perjuicio.
De todas formas, nunca veremos el daño realizado, y lo cubriremos con sectarios grupos de nombres rimbombantes e inadecuados, tomando nombre de la acción creada a base de esa opinión inamovible, inadecuada, y que ha resultado del todo perjudicial.
Y es así como se mueve este mundo, donde salvo que pienses igual, has pasado al grupo de los enemigos, donde todo se rigen por las democráticas votaciones, y nos olvidamos que muchas veces vale más la opinión de un experto, que la de un grupo de hermanos serviles (pueden leerse “amigos”) compartiendo opinión y vida junto a la barra del bar de la casa de hermandad.
Y claro, como ustedes pueden pensar, esta es mi inamovible opinión, de la que no pienso bajarme nunca, ni aceptar cualquiera otra que no coincida, y es que la vanidad y la soberbia se han aliado para ratificarme y asegurarme que solo yo estoy en lo cierto. Si no, vamos a votarlo a ver que sale. (Léase este último párrafo en tono jocoso e imperativo).
El viejo costal
Antonio Alcántara