Opinión, Pugnans enim veritatem

Empecemos a vivir

Jamás en la vida pensaba tener que estar sentado frente a mi ordenador, pensando en qué hacer y qué escribir en una situación hollywoodiense. En circunstancias normales las calles y los bares estarían repletos, habría capirotes y túnicas paseando por las ciudades camino de la plancha y de las perchas que aguardan la explosión de incienso y azahar como antesala a la semana más esperada por muchos. Pero el caso es el que es, y confinado en mi casa con miedo y con respeto, empezamos a darnos cuenta que viviremos lo que desde un fatídico 1933 no sucedía, y es la ausencia del racheo, de nazarenos e insignias, pero lo que es más importante, la ausencia de Jesús y María por las calles de nuestras ciudades.

En este momento crítico, duro, de inaguantable desesperación, la explosión del olor del azahar y el incienso es sustituido por el incesante martilleo de lo que pudo ser y no será, de lo que hemos vivido hasta ahora y lo que nos estamos perdiendo, pero sobre todo, de lo que hemos hecho y su repercusión en nuestras vidas. En este encierro, en muchos casos solitario y en otros tantos en la intimidad de la pareja, nos enfrentamos a un cara a cara inimaginable en el que la realidad pone sus cartas sobre la mesa, y únicamente con nuestra soledad y ese ficticio papel, nos daremos cuenta del porque de muchas cosas pero sobre todo de su importancia.

Llevaba unos años que la Semana Santa se me antojaba difícil, espesa. Esa semana que este año dejaré de vivir como hasta ahora, me servirá como descanso y a la vez como impulso. Esa ausencia de muchedumbre, de búsqueda de cortejos, de girar esquinas y encontrarse cara a cara por sorpresa con el rostro de Jesús que no nos abandona, hará que sea consciente de esos momentos únicos e irrepetibles que no saboreé como debía, que relegaba simplemente a una obligación y que, ahora que no los tendré, han recuperado la importancia que tenían cuando era un niño y esperaba cada día del año a que llegasen.

Pero no sólo los momentos anteriores han tomado relevancia. El ir agarrado de un hijo, una sobrina, una esposa, un padre o una madre, son gestos que ahora derraman lágrimas de ausencias. Esas estampas que se nos han arrebatado, esos gestos, esos tactos y caricias, el próximo año estarán presentes multiplicando su valor y su sentido, su fuerza y su importancia.

Todo lo anterior es extrapolable no sólo al ámbito cofrade. En nuestro día a día llegamos a normalizar situaciones que cuando se arrebatan, nos dejan noqueados y no precisamente por no tenerlos, sino por el puñetazo de realidad que nos hace espabilar de que peso tienen sin saberlo. Por eso, y a través de estas líneas que con menor o mayor acierto escribo, os animo en vuestra oración, a empezar a vivir de verdad una vez que todo esto pase.