El futuro es aquello que solo vive en nuestra imaginación, que planteamos con infantil ceremonia y que aceptamos estoicamente cuando llega. Ya lo dice la escritura: «¡Si ni siquiera sabéis que será del día de mañana!» (Sant 4,14ª). Sin embargo, planificamos, proyectamos, programamos… Todo porque nuestra naturaleza humana no puede evitar hacerlo. Vivimos en una autoconfianza sobre el mañana que solo tiene sentido al decir: «Si el Señor quiere y estamos vivos, haremos esto o lo otro» (Sant 4,15b).
Por tanto, y si Dios quiere, con la llegada de agosto, tan próxima en el calendario, comenzará la recta final del comienzo del curso, la revisión de los proyectos y el último tiempo de descanso de nuestras cofradías de cara a septiembre. Un septiembre que no tenemos, al igual que ningún otro día; y no por lo citado anteriormente, sino porque todavía está en nuestro recuerdo lo acontecido durante la pandemia, a lo cual se suma la situación socio-política actual e, incluso, la religiosa.
En efecto, el mundo anda muy revuelto últimamente. Las guerras actuales, las próximas crisis económicas y el advenimiento de un posible cisma dentro de la Iglesia —nuevamente en Alemania, como en tiempos de Lutero— hacen que toda previsión de futuro sea un brindis al sol, lleno de buenas intenciones y vacío de sustancia. De nuevo el problema del mundo, con sus ambiciones, sus egoísmos, sus intrigas… «¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!» (Ecl 1,2c).
Aún así, soñamos con el mañana, tal vez porque tenemos necesidad de ello, quizás porque precisamos de la ilusión de un porvenir planificado y programado. Es la apuesta por lo no escrito y que pre-escribimos confiados en que debe haber un algo. Y ese algo, para el creyente, se fundamenta en la confianza total en Dios.
«Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia» (Gn 15,6), y creyó de veras, ya que estuvo esperando durante mucho tiempo la promesa de Dios. Aquí encontramos la razón de nuestro futuro y la esperanza de nuestra vida. Como cristianos, cofrades por amor a una tradición y a una cultura que expresa la fe recibida, seguimos planificando y apostando por un mañana que se nos dará por Providencia divina. Es nuestro seguro de vida que nos sostiene tanto en la lucha diaria como en el descanso en que ahora algunos vivimos. Es el ancla que nos amarra con firmeza en la felicidad del ahora, sabiendo que, haya o no un mañana, nosotros estaremos seguros a su lado.
Por tanto, frente al mundo, su vanidad y sus espantos futuros —los cuales siempre estarán— tenemos que poner nuestra confianza en Dios y en su Providencia, debemos mantenernos firmes en nuestras creencias y hemos de perseverar en la vivencia del Evangelio. No hay más verdad que esta. «Así pues, no os preocupéis del mañana, que el mañana se ocupará de sí. A cada día le basta su problema» (Mt 6,34).