La vara del pertiguero, Opinión

La vara del pertiguero | Una reflexión tempranera

Arranque ya la vieja marcha sus sones, resuene la alpargata rayendo partes del suelo, sean luminarias las farolas y los portalones entradas del cielo… ¡Qué poquito va quedando para nuestra Cuaresma! Tras ella, túnica de cola y capirote remetido. ¿Vais contando los días? Ya falta tan poco que creo ver, a la vuelta de la esquina, ya la procesión en marcha. Aunque, en verdad, a lo largo del año no han faltado, bien lo sabe Dios. Mas eso es otra historia.

Las igualás de costaleros marcan el inicio de un sinfín de noticias que desembocan en nuestra tan ansiada Semana Santa. Quedan aún unos cuantos actos más, previos a la fantástica vorágine que se avecina, que tienen un regusto semanasantero muy apreciable. Lo único que nos devuelve a la realidad es este frío desapacible, que mantiene nuestros ojos todavía en enero y en las Navidades pasadas. Pero, en verdad, ya no hay retorno: solo restan 18 días para el Miércoles de Ceniza.

Así las cosas, las agendas se desbordan, los nervios se tensan y los cofrades ciñen sus lomos (expresión muy bíblica esta) para la que se avecina. Muchos vivirán este febrero como un brevísimo remanso de paz antes de que se desate la tormenta. Y esto nos recuerda, una vez más, la necesidad de ayuda que necesita una hermandad para cumplir sus objetivos cultuales.

Es muy fácil ponerse un costal. Más aún, es muy sencillo revestirse con una túnica. Lo difícil es conciliar la vida cotidiana, los deberes familiares y laborales con el trabajo en la hermandad. Nadie duda de que todo el mundo no puede realizar un sacrificio así. Sin duda, este ritmo de vida que soportamos nos impide estar tan disponibles.

Pese a todo, cuando reflexionamos sobre esto, nos damos cuenta de un detalle: en una hermandad hay centenares de hermanos. La pregunta subsiguiente es: ¿Todos ellos, siendo tantos, no se podrían organizar de tal modo? ¿Siempre tienen que ser los mismos los que se sacrifiquen, cuando si se repartieran las tareas entre esos cientos se acabaría antes?

Para poder contestar a lo anterior, tendríamos que entrar en materia muy delicada, personal e incluso privada. A fin de cuentas, todo se reduce a una cuestión de posibilidad (puedo o no puedo) y de voluntad (quiero o no quiero). Incluso dentro de esos dos ejes, caben las excepciones, los casos singulares y los problemas que cada uno de nosotros soportamos. En definitiva, no es tan fácil dar la respuesta.

No obstante, el quid del asunto radica en la actividad-pasividad de los hermanos, en cómo deberíamos trocarla y de qué manera podríamos actuar para que la situación mejorase; asuntos, por otra parte, muy graves en cuanto a su importancia de cara a un futuro que puede ser desconcertante. Mientras tanto, vamos preparando las pastillas de incienso y rebuscando en los cajones algún mechero extraviado. Ya huelen ciertas calles de mi barrio a Semana Santa. Quizás la reflexión pueda esperar un poco, aunque no demasiado. No debemos olvidar que las procesiones pasan, nosotros pasamos con ellas y que, en algún momento, necesitaremos que alguno de los que pasó con nosotros se quede aquí para que, en el futuro, lleve también la procesión. Ahí queda.