Opinión, Verde Esperanza

Magnas a punta de bandas

El año 2022 será recordada para la historia como la del año en que, tras parón obligado por la crisis sanitaria, volvieron las procesiones a las calles en plenitud para regocijo de todos los cofrades, que vieron recuperada su Semana Santa tal y como se conocía.

Quizá por esa avidez o necesidad de pasos en la calle, está proliferando de sobremanera la organización de procesiones magnas, algo que ya sucedía en época pre-pandémica, pero que a buen seguro se ha visto agudizado. Málaga la vivió ya a finales de 2021, y ahora ciudades como Vélez-Málaga, Sanlúcar de Barrameda, Puente Genil, Almería, Cádiz o Sevilla preparan acontecimientos cofrades con diversos pasos en la calle, llámeseles magnas o Santo Entierro grande.

Cuando tantos pasos salen a la calle de forma conjunta y extraordinaria, es habitual que se decida apostar por acompañamientos musical distintos a los que suelen llevar en Semana Santa. Algo que, en primer lugar y con buena dosis de razón, no sienta demasiado bien a esas formaciones musicales que habitualmente hacen sonar su música el día de la salida procesional ordinaria, con el componente añadido de que se suelen pagar precios elevados por una banda de las llamadas de primera línea, cuando estos precios se niegan a las bandas con menor reconocimiento mediático en Semana Santa. Por contra, desde la perspectiva de las hermandades, también entra dentro de lo entendible que éstas deseen acompañamientos diferentes en una ocasión extraordinaria para la que, a priori -pese a que hay casos que demuestran lo contrario-, pasarán muchos años antes de verse en otra así. Incluso es habitual que hermandades de silencio opten por llevar música en estas ocasiones extraordinarias, véase el caso del Medinaceli de Cádiz.

No cabe duda de que, guste más o guste menos, uno de los principales alicientes que arrastran público a un evento multitudinario como los que se han citado es el de los acompañamientos musicales. Hasta tal punto de que en algunos lugares, hay hermandades que reciben una subvención especial destinada específicamente a contratar acompañamientos musicales de primerísimo nivel, con el consiguiente foco mediático que se busca y se termina generando.

Como en cualquier salida procesional, una Magna debe ser una ocasión más de acercar a Dios al pueblo. La música procesional, y lo dice un apasionado de ella, no es más que un complemento que viene a ornamentar más si cabe la presencia de la divinidad en la calle. También en una ocasión extraordinaria, pese a lo llamativo que pueda ser que bandas habituales en grandes capitales de provincia brinden sus acordes tras un paso donde difícilmente tocarán en Semana Santa.

El hecho concreto de que un acompañamiento musical atraiga público de por sí no es malo, más al contrario, toda vez que, precisamente, lo que se busca cuando se saca una cofradía a la calle es llegar a cuantas más personas posibles. El problema es cuando la atención la atrae más la banda en cuestión que la imagen sagrada que va delante. Ahí es cuando se empieza a incurrir en el error de los becerros de oro que se narran en la Biblia en el tiempo de Moisés. Demasiada gente acude a ciertas salidas extraordinarias por escuchar a tal o cual formación musical, en lugar de a dejarse cautivar por la imagen sagrada en cuestión.

No obstante, conviene dejar meridianamente claro que esto no es responsabilidad de ninguna banda, y tampoco de ninguna hermandad que decida apostar por una formación de renombre, sino de la abrumante falta de formación de los cofrades, que dirigen la ocasión en demasía a elementos que no pasan de ser complementarios, quedándose a falta del plato principal, a raíz de no tener muy clara la jerarquía de importancia de cada cosa. Y estos elementos no son únicamente las bandas, pasa muchas veces con los costaleros o cargadores, capataces, vestidores, e incluso esas personas que se dedican a vociferar constantemente delante de una imagen, deslizándose por la fina línea que separa el fervor popular por el lucimiento personal, o los espectáculos de baile montados frente a una imagen sagrada en plena calle, que definitivamente bordean la misma frontera.

En opinión de quien suscribe, una Magna es la perfecta ocasión para conocer la Semana Santa de un lugar al que normalmente no se va a visitar en los días de la Pasión de Cristo. Una oportunidad para dejarse embaucar por las riquezas que se esconden en cada rincón de nuestra geografía. Todos los demás complementos están muy bien, pero no conviene organizar Magnas a punta de banda, ya que se corre el riesgo de desvirtuar el sentido principal de poner una cofradía en la calle, aunque sea una ocasión extraordinaria, y aunque vengamos de esta travesía del desierto de años con imágenes encerradas en los templos.