Cruz de guía, Jaén, Opinión

Regreso y silencio

Regreso y silencio. Serían los dos vocablos más apropiados para describir el traslado de la Virgen de Linarejos a las calles de Linares que configuró el retorno del culto externo de la manera más idónea posible. Y es que el tradicional traslado que cada año la ciudad concibe en lo más profundo de su corazón y que protagoniza la Patrona de la Ciudad, ha rubricado el mejor reinicio de las procesiones tras año y medio de sequía en los que ni por asomo se plantearon salidas procesionales, ni siquiera en los momentos más débiles de la pandemia.

La celeridad con la que la Cofradía de la Patrona anunció la noticia del traslado público de la Virgen hacia la Basílica de Santa María que venía precedida por la publicación del decreto del Obispado de anuncio de la vuelta del culto público, sorprendió a todos los cofrades linarenses que miraron impertérritos como en una ciudad en la que ser pionero en algún evento relacionado con el mundo de las Hermandades se consideraba una genuina utopía, se iba a presenciar una de las primeras salidas procesionales del territorio provincial.

Dejar atrás ese oscuro y vacío pasado era anhelo de los linarenses que se aglutinaron en las calles como en ningún otro septiembre se había visto, aunque con la ausencia de nota musical alguna en concordancia con lo establecido en el comunicado del máximo mandatario eclesiástico provincial. A pesar de ello, es justo decir que el sonido de los “vivas” a la Virgen acompasaron armoniosa y delicadamente el caminar de un cortejo que ensalzó el concepto de “rapidez” hasta límites insospechados subsistiendo en la calle a penas dos horas y media.

Aquel sombrío sendero que habíamos caminado llegaba a su fin y, con ello, las bullas volvieron a resurgir, los momentos de emoción, los olores al perfume umbrío de nos envuelve en cada procesión, la melodía del caminar entre la muchedumbre… y la música.