La espera se acaba. Tan solo resta el último paso antes de alcanzar la meta en el anacarado tablero que cada año renueva la luna de nisán. Un tablero por el que hemos recorrido los metros que acotan la auténtica preparación de la vida interna cristiana previa a la explosión de color y sonido que proporciona la Semana de Pasión.
Volvimos a introducirnos en el recóndito tiempo cuaresmal con la dosis justa del gris residuo que deja el olivo tras su combustión. Vertido sobre nuestras cabezas en el gesto que tradicionalmente se incrusta en el denominado Miércoles de Ceniza, nos sumergimos en la vorágine imperecedera de los actos y preparativos previos a la Semana de Pasión con el ya casi olvidado tiempo oscuro donde se pierde la memoria en nuestra retaguardia. Un tiempo que solo parece ya un mal sueño vivido durante dos largos años.
Retornamos a las calles con la explosión de la primavera de la mano del cálido tiempo que nos ha acompañado durante estos dos meses en los que se volvieron a suceder los Vía Crucis, en los que los nuestras imágenes reavivaron instantáneas recortadas con el azul del firmamento en busca de un objetivo común para volver a renovar nuestro compromiso con nuestra más excelsa tradición.
Volvimos a montar los pasos, a limpiar la plata, a derretir la cera, a planchar los hábitos y a replantar el sentimiento en una espera que cada año parece más corta. Eso, o que aprendimos a convivir con ella. Quizás aprendimos de los malos momentos. Quizás tuvimos la inquietud de perder algún día todo lo que nos era querido. Quizás aprendimos a respetar las tradiciones a propagar la fe y a rememorar cada momento como si fuese el más importante de nuestra vida.
El tablero nos devolvió a la casilla de salida para poder alcanzar la meta. Un día menos…