Sendero de Sueños

Y volvimos un nuevo Pentecostés

Dicen que cada año es distinto. Que no es igual que el anterior, ni lo será de los siguientes. Sin embargo, hay algo que permanece inalterable con el paso de los años. Algo que no cambio por más años que pasen.

Es domingo en la aldea. Reuniones de amigos en las casas. Como mucho de visitas fugaces a conocidos y amigos a los que las prisas y actos de los días anteriores no te han dejado ver. Es una tarde tranquila, relajada, pero intensa y con nerviosismo.

Cae la tarde. La luz tímida del sol va dejando paso a las estrellas que parpadean asombrosamente en el cielo más que en ningún otro lugar. El rumor de la brisa es diferente. El ambiente es distinto. Como un bosque de colores la Plaza de Doñana se va inundando de Simpecados de diversos colores. Con bengalas alumbrándolos. Caras de cansancio y la voces rotas, pero que sin embargo siguen estando al lado de la Virgen. Se hace larga la espera. Muy larga. Muy despacio van pasando, por orden inverso de antigüedad, los Simpecados ante la puerta del Santuario.

Mucha gente. En la puerta ya espera mucha gente al momento en el que sale la reja por parte de su pueblo. Es pueblo que espera durante todo el año este momento. ¡Ya está aquí Huelva! Cada vez está cerca… Coria, Triana, La Palma… El momento llegó.

Y sale Ella. Sólo Ella es la protagonista de ese día. El reloj sigue corriendo y nosotros queremos que se detenga. Pasa Huévar, Pilas, Coria, La Puebla… y poco a poco, entre cafés, un caldito y su mirada, el sol tímidamente quiere ganarle el pulso a la luna para alumbrar su aterciopelada cara.

¡Y llegó! ¡Por fin llegó! Por fin se acerca, porque Almonte quiere, al Simpecado de la Hermandad de Córdoba. Poco importa el cansancio del largo camino. Sólo importa su presencia y la de su Divino Hijo. Se reza la salve, o se intenta, porque el nudo en la garganta no te deja articular palabra. Sólo hay agradecimientos. Ese día es de acción de gracias por dejarnos vivir un año más y encontrar su mirada maternal. Es día de explicar a la más pequeña que no pasa nada. Que no hay que temer, sino ayudar.

No se acaba. Ahí no acaba todo. Ahí comienza de nuevo un nuevo Rocío con el aliento de haber tenido el privilegio de poder haber podido estar de nuevo contigo un nuevo Pentecostés.