Será como aquellos años en los que la penumbra del templo más portentoso del sur de España cobijará a la máxima expresión de amor en la Tierra. Aquella inhóspita enfermedad que arrasó el más puro sentimiento de oración con el Señor en unas calles preñadas de primavera durante dos largos años.
Instalados en la vorágine de un tiempo inestable que volverá a dejar huérfanas las calles de la ciudad de Sevilla, con el aliento de una lluvia inquietante y a la vez esperanzadora, Jesús Sacramentado volverá a calmar las almas de los fieles desde su trono plateado, ese que un día cincelara con maestría Enrique de Arfe, en un corto recorrido por las naves de la seo hispalense en una estricta interioridad que será compartida entre los pocos privilegiados que puedan acceder. Es el retorno a la intimidad más profunda que configura el oasis perfecto para el rezo y el más silencioso reencuentro con el creador, lejos del bullicio y del colorido más primaveral que profesan los escaparates, balcones y altares a la sombra del portentoso templete. La plegaria silente más profunda en el corazón de la tierra prometida, como algunos llamaron a esa bendita ciudad, se hará realidad en el mejor de los escenarios.
Sí, a gran distancia de los vítores y los aplausos, enhebrada en el tiempo de la memoria y bajo el hilo musical más suave propugnado por las voces blancas corales y angelicales y el baile de los seises.
Su Divina Majestad y el corazón de la más gótica de las Catedrales.