En pleno auge de la primavera y en medio de la vorágine que supone el quinto mes del año entre glorias y santos, se hace hueco un fenómeno, cada vez más expandido, confeccionado para instruir a los más jóvenes en el noble arte de la Semana Santa.
Las llamadas procesiones infantiles o cruces de mayo, si usted querido lector es procedente de Andalucía occidental, suponen un revulsivo para introducir a la juventud en la órbita que rodea al mundo cofrade en una sociedad secularizada cuya tendencia ha virado hacia horizontes mucho más modernos y más atractivos para el sesgo de población encargado de ofrecer esa renovación generacional, que no es otro que el de menor edad.
Es por ello que las cofradías se han afanado durante años en perpetrar una de las soluciones más eficaces que existen en el ecosistema cofrade a través de la configuración de cortejos que emulan a los que procesionan cada año en nuestra Semana Santa, con cargos que son reproducidos por los más pequeños en una simbiosis que genera esa dosis de ilusión que supone, a su vez, el motor más importante que mueve al mundo de la Semana Santa. Así pues, el joven tiene la posibilidad de encarnar la labor del que porta la cruz de guía o del que porta una vara, al igual que la del que sustenta un paso sobre la cerviz. Un método con dotes didácticas que genera lazos de unión en los grupos jóvenes y que, sin duda, configura los mimbres para el futuro de nuestras cofradías en un mundo cambiante y que necesita de los jóvenes para sentirse fuerte.
Pero no solo de las procesiones infantiles se nutre el orbe cofrade. Otro de los modelos de desfiles procesionales que copan en su totalidad el mes de mayo es el de la procesión de gloria. Muchos de estos cortejos suponen la realización de un hipotético examen de inserción que la juventud debe pasar para llegar a la madurez cofrade. Y es que la imagen de María siempre ha acompañado a los más jóvenes en las más esbeltas y alegres procesiones antes de recalar en la penitencia y sobriedad de las escenas que representan la pasión de nuestro Señor. Ejemplo de ello lo expresa la nutrida representación de niños que hay en las romerías de pueblos y ciudades, en las procesiones patronales y glorias de Marías e, incluso como la alegría se inmiscuye a través de los niños, desde el inicio de la Semana Santa, en el cortejo de la Entrada Triunfal.
Un trabajo arduo y cada vez más complejo que muchas hermandades han recogido no solo de procesiones infantiles y de gloria, sino también del buen hacer de escuelas como la de los Salesianos en gran parte de la geografía española que ha supuesto la inclusión de hordas de pequeños cofrades en nuestras hermandades y cofradías y que ha dado lugar a ese relevo generacional tan ansiado por el ecosistema cofrade cada vez más a la moda en muchas de las tendencias que hoy día gobiernan el mundo.