Fin de semana intenso es el que se ha vivido en tierras portuguesas. La correspondiente edición de la Jornada Mundial de la Juventud que este año ha recalado en la vecina ciudad de Lisboa ha dejado escenas para el recuerdo de fraternidad y comunión entre jóvenes de todas las edades que comparten una misma fe.
Muchas de las instantáneas que se han dejado ver en las redes sociales para los que no hemos tenido la inmensa oportunidad de asistir han servido para confirmar la fortaleza de Cristo en la tierra, la poderosa llamada de su nombre y el poder aglutinador de la Iglesia para con los más jóvenes.
Una vez más, nuestras hermandades -de un modo u otro- han vuelto a estar presentes en un magno acontecimiento que ha alcanzado todos los rincones del ciberespacio en una efímera semana de emociones. Fotografías que han dejado latente la poderosa actuación de Cristo a través de las imágenes sagradas, a través de la madera tallada, y de su Santa Madre en la encarnadura pura y limpia de su rostro jovial han declamado la fortaleza de la diversidad de fuentes de las que emana la fe . Gestos que han derramado la pureza fraternal de la poderosa juventud capaz de adaptarse a los tiempos y a las vicisitudes que se avecinan. Detalles de una Iglesia unida que demuestra la variabilidad de caminos que nos conducen a Dios, pues así lo ha demostrado la heterogénea oferta de actividades que se han ido desarrollando en el suspiro que supone una semana de comunión y hermandad.
La capacidad y las ganas de destruir los prejuicios y complejos que muestran la errónea imagen de una Iglesia anclada al pasado han terminado por reflejar el sentir de Dios a través de imágenes que han llegado al corazón de muchas personas, dejando a un lado nimiedades y falsas suspicacias contra el mundo católico a través de lo que ha sido una verdadera lección de humildad y de capacidad adaptativa a todo tipo de actos, desde los más intimistas tales como las vigilias, eucaristías y rezos multitudinarios hasta los más externalizados como conciertos de música de toda índole y la reverberación jubilosa de un público capaz de amoldarse a los tiempos del saber estar.
Así una de las imágenes más curiosas que han surgido durante el magnánimo evento, ha sido la de un sacerdote despertando a dos millones de personas, prácticamente acinadas, en el lisboeta parque Tejo al son de un estilo de música tan rompedor, como es el Techno, en una sesión al más puro estilo Eric Prydz como si de un festival de Tomorrowland se tratase. Combinando música celestial con lo más cañero de la música electrónica, el sacerdote Guilherme Peixoto fue capaz de revitalizar las frases más idílicas del desaparecido y querido San Juan Pablo II y del actual Papa Francisco I, derribando, así, las paredes del encasillamiento y el estereotipo aburrido y monótono que se nos achaca a los católicos. Todo esto precedido por un show protagonizado por el reconocido grupo musical cristiano, Hakuna, que puso boca abajo el centro de Lisboa al son de música celestial en alabanza a Dios.
A la mente se me vienen los momentos vividos aquel mes de agosto del año 2011 en que esa poderosa llamada se hizo factible por las calles de Madrid en el que se demostró la versatilidad y capacidad de acogida del mundo católico, reminiscencia de la tolerancia y el respeto con una agenda cultural que dejó estampas para la historia, como el inolvidable Vía Crucis Magno que prendió los corazones de los más de dos millones de asistentes con las imágenes más devocionales de España recorriendo el centro de la capital de España.