El tercer fin de semana de septiembre ha pasado a convertirse en 2022 en el que más procesiones extraordinarias ha habido de todo el actual calendario. De la Magna de Cádiz a Almuñécar, con Nuestro Padre Jesús Nazareno, de Aracena con el Cristo de la Plaza hasta Cabra, donde se conmemoran los 500 años de la fundación de la Vera Cruz o de Ayamonte, con la Virgen de la Victoria hasta Castilleja de la Cuesta con la Virgen de los Dolores. Y de Ronda, con la Virgen del Rosario a Jaén, con el Cristo de las Misericordias y Nuestra Señora de las Lágrimas. Al almanaque queda por añadir las tradicionales salidas anuales de otras imágenes como en Málaga, con la Virgen del Amor Doloroso, recuperando el sabor añejo de la ciudad costera de otros tiempos, en Córdoba con la Virgen del Rayo, o en Sevilla con la Pastora de Triana en un arrabal puesto bajo sus plantas o la Virgen de la Luz que sale por primera vez desde el fin de la pandemia, entre otras imágenes.
Regiones cada una con una idiosincrasia distinta, pero con auténtico sabor cofradiero donde cada una enriquece nuestras tradiciones más arraigadas. La salida extraordinaria de Jaén, con motivo del 75 aniversario de la hermandad de los Estudiantes, viene a poner el broche de oro a unos actos entre los que se ha incluido el solemne pontifical en la catedral, uno de los templos que conjuga Renacimiento, Barroco y Neoclasicismo con tal perfección como pocos –y que incomprensiblemente todavía no es patrimonio de la humanidad–.
Jaén ha tenido la oportunidad de ver por sus calles al Cristo de las Misericordias y a la Virgen de las Lágrimas, obra de Martínez Cerrillo, que en su mano porta los tres clavos, en una curiosa iconografía que la hace merecedora de ser conocida como la Virgen de los Clavitos. Fue Jaén territorio clave durante el siglo de Oro. Y mucho antes. De Villacarrillo partieron los Ocampo y desde Alcalá la Real lo haría Martínez Montañés –a ver quién en tan poco tiempo pudo dar tanto al mundo de la escultura–. Y así como la tierra importaba grandes maestros también recibía obras de otros tantos.
El Crucificado es una de las grandes imágenes de la Semana Santa jiennense. Su autoría, anónima, a veces es adjudicada a Juan Bautista Vázquez el Viejo, aunque la historiografía es tan amplia que cada cierto tiempo aparecen legajos con otros nombres. Fechable hacia 1570, quien lo tallara imprimió en Él una extraordinaria dulzura que todavía hoy sigue cautivando a cientos de fieles. Cerrillo la restauró en 1947, Arjona Navarro en 1979 y en 1998 fue María José López de la Casa quien hizo lo propio en el interior del monasterio. Porque el Cristo del Bambú, propiedad de la comunidad clarisa no quiso abandonar a las novicias que realizan, por cierto, unos dulces exquisitos. Y una labor callada, alejada de toda pompa y boato, como gusta a aquellos que se pirran por coger una vara y salir en la foto, los que van en busca del fotógrafo que ese día tiene como orden expresa convertir una procesión en una galería de interminables rostros conocidos y montar un showroom en línea.
Pasadas las 21:15 horas el cortejo retomó el recorrido anunciado. Y la plaza de Santa María asistió de nuevo al momento que cada Lunes Santo se queda guardada en la retina de los jienenses: la tuna universitaria del distrito de Jaén y su tradicional ronda ante la dolorosa. Y a la medianoche, sin estridencias ni interminables recorridos, las imágenes ya estaban en la Merced. Hay procesiones más extraordinarias que otras, sobre todo si no se cae en la impostura. Y la capital del Santo Reino vivió en la jornada de este sábado, un encuentro con el pasado más puro que puede rescatarse para seguir conservando su identidad.