Me has decepcionado, Antonio. Una decepción que duele, que hiere, que rasga el alma. Porque duele comprobar como el paso del tiempo está desmoronando paulatinamente la integridad de uno de mis mayores ídolos musicales. Yo he creído siempre en ti, Antonio, en tu genialidad, en tu capacidad para reinventarte, en tu creatividad pero, por encima de todo, en tu valiente rebeldía. Esa rebeldía que te ha hecho capaz de nadar siempre contracorriente, no a favor de obra. La rebeldía de “con permiso buenas tardes, vengo pa’ que me detengan…” de “Los Piratas“, de “cuando recibas madre esta maldita carta…” de “La Niña de mis ojos” e incluso de la del famoso pasodoble al Papa de Roma de “Los Miserables“, porque todo el mundo sabe que “un hombre cobarde no conquista a una mujer bonita” y yo te recuerdo valiente; o la grandeza de aquella sublime letra de “El Vapor” que comenzaba diciendo “escúchame Buscavidas, vengo con bandera blanca…”. Letras que provocaban el brillo en la mirada y la “carnesita de gallina”…
Porque para mí siempre has sido un genio y siempre lo serás. Un genio capaz de crear de la nada la mencionada “La niña de mis ojos” o “Los cobardes”. Por eso me duele tanto esta decepción. Porque mi admiración a tu leyenda es absolutamente incompatible con respetar una letra facilona, impropia de tu obra. Una letra que tira de estereotipos catetos, imperdonables para un autor de tu categoría y de mentiras. Porque, sin entrar en el fondo del asunto, es rotundamente falso que la Hermandad de la Macarena no haya hecho nada para exhumar los restos de Queipo de Llano de la Basílica. La hermandad, en cuyo seno coexisten distintas sensibilidades sobre el particular –algo que has obviado de manera torticera- lleva años entablando conversaciones con la familia para implementar las medidas necesarias para actuar en el momento en el que la ley le indicase que había que hacerlo. Si la incompetencia de los sucesivos gobiernos ha propiciado que no se habilitase el desarrollo reglamentario preciso para sacar los restos de un hermano enterrado en la basílica, difícilmente se puede culpar de ello a la hermandad. Porque esa es otra, Antonio: Queipo estaba enterrado allí por ser un hermano que propició que la Virgen de la Esperanza, a la que una horda de pacíficos demócratas intentó quemar cuando destruyeron San Gil, tuviera un hogar propio, por los enormes servicios prestados a su hermandad, no por ser héroe de ninguna guerra fratricida, en la que se produjeron actos sanguinarios y reprobables en los dos bandos. En la que hubo asesinos despiadados en los dos bandos. En la que se produjeron matanzas en los dos bandos. Como en todas las repugnantes y abominables guerras. Otro detallito que se te olvida, Antonio, porque actúas del mismo modo que lo hicieron aquellos que tanto repudias: olvidándote de miles de víctimas que también tenían y tienen familia y que también fueron y son llorados. Y sus familias, como la de Queipo, ninguna culpa tienen de lo que hicieran sus antepasados. Aunque solo fuera ser asesinados en una guerra.
Al término de la interpretación del pase de cuartos de tu comparsa, la reacción de la comentarista de Onda Cádiz (cuyo nombre no recuerdo, pido disculpas) fue afirmar que el pasodoble dedicado a la exhumación de los restos de Queipo fue valiente. ¡Un carajo, Antonio! Valiente fue la letra de Los Revoleaos, atacando la endogamia de algunos gaditanos que abogan por que el Carnaval de Cádiz sea solo de Cádiz. Eso mismo que tú defiendes, dicho sea de paso. El tuyo fue facilón, de apostar a caballo ganador, no me jodas, Antonio. Un pasodoble que sabías, con absoluta certeza, que arrancaría el aplauso enfervorizado e inquebrantable de quienes nadan en el proceloso y ruidoso océano de la izquierda y la extrema izquierda y contaría con el silencio cómplice de quienes siguen, a estas alturas, teniendo miedo de defender, en el Carnaval y fuera de él, que en aquella guerra miserable, se produjeron horribles dramas en ambos bandos. ¿O de verdad piensas que en las mismísimas tablas del Falla o sentados en las butacas (también en el gallinero) no hay muchos que piensan como yo? Pregúntate por qué, en la fiesta de la libertad que debería ser el COAC algunos discursos están vetados, por censura o por esa autocensura de la que hace unos días hablabas.
Ya sé que algunos dirán (puede que incluso tú) que hubo represión al terminar la contienda, y es cierto. Una represión que siempre, siempre, y después de todas las guerras, todas, ejerce el bando ganador, sea cual sea. Fue así por parte del franquista tras la Guerra Civil y por el bando aliado tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial, recuerda el sufrimiento de miles de mujeres y niñas alemanas a manos del ejército rojo. Y hubiera sido ejercida de modo idéntico por el bando republicano de haber ganado la guerra… ¿a quién quieren engañar quienes hacen creer que no hubiese sido así? Si ejercieron una brutal represión en las zonas que dominaban durante el conflicto, ¿alguien duda de que hubiesen actuado en consecuencia de haber vencido?
Pero no vengo a hablar de la guerra sino de ti. De cómo has atacado a una hermandad con miles de hermanos, repito, con diferentes sensibilidades, con una excusa barata. De cómo has denigrado a todo el movimiento cofrade que te huele a “fantasma, a penitente de raza, a himno de la guardia mora, o a novio de la muerte”. ¿De qué raza hablas, Antonio? ¿Tienes puñetera idea de la existencia de hermandades como la de Los Gitanos o los Negros, o la antigua de Los Mulatos? ¿De qué carajo hablas? ¿Cuál es la raza del universo cofrade? Un movimiento que hace por los demás, por los más desfavorecidos, mucho más de lo que hará tu comparsa en su puta vida (perdona que califique la vida de tu comparsa del mismo modo que tú calificas a España), más allá de ocasionales participaciones en certámenes solidarios, muchas veces, fíjate qué ironía, de la mano de esas mismas hermandades que tan mal te huelen.
Me has decepcionado, Antonio. Una decepción que duele, que hiere, que rasga el alma. Una decepción que no impedirá que vuelva a buscarte en semifinales y en la final a la que seguro que llegarás. Porque sigo admirando tu música aunque tu mensaje cada vez me sea más ajeno. Sabedor de que es probable que nos regales otro bajonazo rastrero y vengativo a quienes sentimos diferente a ti. Consciente de que los miles de cofrades, repartidos por los cuatro puntos cardinales te olemos mal y no te gustamos. Y con pocas esperanzas de que te acuerdes de otros muertos –qué inoportuno cuplé “el de la terraza que pretenden explotar en Cádiz” días después del atentado yihadista en Algeciras que acabó con la vida de uno de los nuestros, de uno de los tuyos, Antonio, y qué oportunidad perdida para demostrar que todos los muertos te duelen por igual-.
O tal vez con la ilusión de que me calles la boca y regrese el Antonio valiente, el verdaderamente valiente. Aquel Antonio que era capaz de poner en su sitio a diestra y a siniestra. Aquel Antonio que me cautivó hace décadas. Aquel Antonio a quien tanto echo de menos. Aquel Antonio cuyas letras se repetían en mis ensayos costaleros antes de ser conscientes de que los cofrades te olíamos mal. El auténtico Martínez Ares, el que ha quedado diluido en la crítica barata y el estereotipo absurdo y esencialmente mentiroso. El que ojalá algún día regrese para volver a llenar de contenido la magia de tu impecable pentagrama.