En apenas unos días, las hermandades cordobesas tienen ante sí la posibilidad de sentar las bases del futuro o continuar navegando en el anacrónico océano regulatorio, arcaico, rudimentario y trasnochado, en el que se hallan inmersas desde hace demasiado tiempo. Una situación absurda que, por ejemplificar, ha permitido el irracional e injusto rechazo doble a la incorporación en su seno de dos hermandades mientras que sufrimos la presencia en la carrera oficial de algunas cofradías que jamás deberían haberse incorporado a realizar estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral, porque no están preparadas y porque minimizan el nivel general. El proyecto de estatutos que las hermandades tienen encima de la mesa pretende, entre muchas otras cuestiones, evitar ambas situaciones, incorporando automáticamente al organismo a las hermandades que gocen del beneplácito de Palacio -si son hermandades de pleno derecho carece de sentido que se impida su entrada en la Agrupación, se pongan como se pongan algunos- y exigiendo unos requisitos mínimos, en lo estético y en lo numérico, para procesionar en la carrera oficial. Y pretende, además, evitar o controlar otras situaciones inconcebibles, como que el templo mayor de la Diócesis se utilice como principio o fin de la salida procesional.
Pues a pesar de que muchos lo veían hecho, dicen las malas lenguas que está por ver que este proyecto reciba el apoyo mayoritario de las hermandades en la asamblea extraordinaria, convocada para su aprobación, que tendrá lugar el 10 de octubre. Recordemos que para que salga adelante la reforma estatutaria es necesario el voto favorable de, al menos, tres quintas partes de las hermandades, es decir, 31. Vaya por delante que cada hermandad es soberana a la hora de votar a favor o en contra, como lo soy yo a la hora de formular mi opinión al respecto. Y los motivos de algunas de ellas me parecen francamente impresentables. Puedo llegar a comprender, aunque no lo comparta, que haya quienes pudieran votar en contra porque, pese a que el proyecto deja meridianamente claro que cuestiones como limitar el uso de la Catedral como templo de llegada o salida o los requisitos para formar parte de las cofradías que pasan por carrera oficial no tendrían carácter retroactivo, es decir, las hermandades que ya hacen lo que hacen podrían seguir haciéndolo mientras no cambien las circunstancias, tengan miedo a consecuencia de esta última coletilla.
Porque, por ejemplo, si una junta de gobierno decide que se haga el recorrido completo y luego se arrepiente, ya no se podría volver a la situación actual. Digo que lo puedo llegar a comprender, porque el miedo es libre, pero no lo comparto. Primero, porque esa es una cuestión a dilucidar internamente; modifíquense las reglas de la hermandad para controlar o impedir un cambio de estas características, pero no se penalice a la Semana Santa en conjunto, votando en contra del futuro y de la necesaria regulación. Y segundo, porque tengo la firme convicción de que hay que terminar con estas situaciones anómalas. Las cofradías, y lo digo con todo el cariño, deben tener la capacidad de hacer el recorrido completo, saliendo y regresando a su templo. Porque estoy convencido de que los cofrades cordobeses no somos menos que nadie y porque pienso que hacer medio recorrido es indefendible. ¿Han visto el itinerario completo de algunas hermandades sevillanas? ¿Son ellos de otra pasta? ¿Somos los cordobeses incapaces de hacerlo? Yo creo que no, pero se ve que hay quienes piensan que en Córdoba somos inferiores. Pese a todo, insisto: no lo comparto, aunque lo puedo llegar a comprender.
Lo que de ninguna manera -como diría Isabel Díaz Ayuso- puedo entender es que haya hermandades que decidan votar en contra con el único objetivo de impedir que se incorpore al club alguna hermandad a la que ya se le ha negado la entrada por razones que, a falta de una explicación lógica, se me antojan bochornosas, patéticas e infantiles. Razones de índole personal -subrayo: de animadversión personal-, que hablan muy mal de algunas de las personas que llevan dos años perpetrando este rechazo y de quienes lo han permitido. Motivaciones que rayan en la envidia y el odio, dos pecados injustificables, considerando que estamos hablando de entidades adscritas a la iglesia católica, que deberían avergonzar a más de uno. Que haya hermandades que estén dispuestas a votar en contra de este proyecto de estatutos porque su aprobación impediría seguir vetando la entrada de una hermandad a la que odian y envidian algunos miembros relevantes de la corporación es una vergüenza y demuestra una miseria humana sobre la que alguien debería tomar cartas en el asunto. Y si quienes más mandan son incapaces de darse cuenta de que es absolutamente inaceptable que esto suceda, que sea el director espiritual o el mismísimo obispo quien lo haga. No es tolerable ni cristiano, en ningún caso, que el odio y los complejos de unos pocos conviertan a una hermandad en un ariete contra otra. Al contrario, es de una maldad y una bajeza moral infinitas.
Y, desde luego, que nadie piense, ni por asomo, que esta situación deleznable se va a perpetuar sine die. Si las hermandades rechazan el proyecto, después del extraordinario trabajo realizado en el seno de la agrupación, con esta presidenta a la cabeza -su predecesor no hizo absolutamente nada destacable al respecto, como en muchas otras cosas, pese a las medallitas y las fotos atribuyéndose el trabajo de personas de su equipo-, que se atengan a las consecuencias. Un trabajo denodado a pesar de la torpeza infinita de quien ha dado carnaza al plumilla que siempre llega tarde aunque siga cacareando que adelanta noticias, entre las carcajadas del personal, para que dé a entender que la agrupación ha cambiado de opinión, siendo rotundamente falso. No ha habido cambio de opinión alguno, sino una persona, casualmente amiga del plumilla, que ha entendido justo lo contrario que lo que se acordó. Pero sigo por donde iba, que me voy por las ramas: si se rechaza este proyecto que nadie piense que no va a haber consecuencias. Si las hermandades no apoyan este cambio necesario por motivos espurios, impresentables y mezquinos, habrá baculazo, más o menos sonoro, más o menos evidente de cara a la galería, pero lo habrá, que nadie lo dude. Y la reacción estará plenamente justificada, será exactamente lo que las hermandades merezcan. No soy sospechoso de defender injerencias de la Santa Madre Iglesia si las hermandades hacen uso de su autonomía de manera eficiente y lógica, pero si algunas se dejan llevar por el odio y el rencor, por la envidia y el egoísmo, por actitudes profundamente anticristianas, lo normal y deseable será que el obispado reaccione, poniendo las cosas en su sitio y a quienes lo merezcan, también. No sería la primera vez.
Porque si las propias hermandades son incapaces de entrar en razón y comprender que deben guiarse por la fraternidad y el respeto mutuo no quedará más remedio y vendrán desde arriba a poner orden. Y entonces llegará el rechinar de dientes. Esperemos que, antes de que la sangre al río, recapaciten en el seno de todas esas corporaciones que están gestando una auténtica rebelión en la que todos terminarán perdiendo, con algún que otro sinvergüenza agazapado en la oscuridad después de haber perdido su juguete a ver si pilla cacho. Esperemos que quienes han de tomar decisiones entiendan que es preferible un acuerdo, aunque no sea perfecto –ninguno lo es: yo, por ejemplo, eliminaba de un plumazo la «no retroactividad»-, que una contundente reacción de Palacio. Si en las hermandades se deja crecer el odio y la indigencia moral, -más aún- se extenderá como una mancha de aceite. El cáncer hay que extirparlo antes de que no tenga solución. Todavía es posible impedir el desastre. Ojalá que los más sensatos hagan ver a los radicales que con la inquina no se va a ninguna parte y que con el rechazo irracional, tampoco. Las grandes empresas se erigieron construyendo, no destruyendo. Y aún se está a tiempo de construir el futuro antes de que venga quien de verdad manda más a decir “hasta aquí hemos llegado”, a derrumbar el castillo de naipes que algunos -henchidos de soberbia- creen una fortaleza inexpugnable y manden a más de uno a la venta de nabo. Están avisados. Luego no digan que nadie lo advirtió.