Como hemos dicho en múltiples ocasiones, en este pequeño rincón de libertad, son muchas las veces en las que la realidad supera ampliamente a la ficción. Así viene ocurriendo en una hermandad cordobesa desde hace meses, a raíz de la espantada del recién elegido hermano mayor, cuya huida, materializada no sin antes poner en pie de guerra a buena parte de aquellos que decidieron emprender la aventura a su lado, evidenció su nula preparación para el cargo y su evidente irresponsabilidad, que cada palo aguante su vela. Una elección, que nadie lo olvide, que estuvo directamente relacionada no con la confianza que despertaba entre los votantes sino con el apoyo propiciado por parte de quienes decidieron otorgarle su respaldo.
Su inconsciente espantada provocó un caos de proporciones bíblicas, del que está por ver cuánto tiempo tarda en recuperarse la hermandad, y determinó que desde Palacio se nombrase una junta gestora cuya acción está siendo cuando menos llamativa, permítanme que, de momento, me guarde mi propia opinión al respecto, tomando decisiones que si bien se encuentran amparadas por la normativa vigente no parecen tan urgentes como para que no puedan esperar a la elección de una Junta de Gobierno legítima y que, lejos de apaciguar y calmar los ánimos, como debería ser su función prioritaria, está motivando una airada reacción en la nómina de hermanos -dense un paseíto por redes sociales-, que el estado de excepción comience a parecerse más a un estado de guerra que a otra cosa e incluso alguna dimisión muy reveladora que demuestra que algo está fallando estrepitosamente.
Originalmente, estas decisiones se circunscribieron, de forma más o menos comprensible, a la eliminación de algunas manifestaciones externas y a la reducción a la mínima expresión de la actividad pública de la corporación -cultos de regla aparte, lógicamente-, tal vez como consecuencia del escaso caudal humano dispuesto a apoyar a una junta gestora presidida por quien había perdido las elecciones antes de ayer. Porque, probablemente, ese fuese el punto de partida -a mi juicio- incomprensible y erróneo: elegir para encabezar al mini equipo encargado de regir temporalmente los destinos de la hermandad a la misma persona que había sido rechazada por los hermanos en las recientes elecciones.
¿No había nadie más adecuado por no tener nada que ver directamente en el proceso que se acababa de cerrar? Permítanme que lo dude. A mí se me ocurre algún nombre, aunque desconozco si se lo propusieron y lo rechazó. Alguien de quien nadie pudiera pensar jamás que hace lo que hace por cobrar facturas pasadas, como han puesto de manifiesto varios hermanos en el proceloso océano de las redes sociales. No seré yo quién diga que así es, más allá de lo que piense, ya me guardaría, pero, como dice el dicho: “la mujer del César no solo ha de ser virtuosa, debe parecerlo”. De ahí que, de entrada, la elección de algún nombre que compone la junta gestora me parezca un error sin paliativos.
Porque la mera posibilidad de que alguien albergue sospechas al respecto puede provocar una respuesta social y, por ende, un daño que podría ser irreparable, y a las pruebas me remito, les vuelvo a sugerir que naveguen por el red de redes. La labor prioritaria de una junta gestora, que no ha sido elegida por los hermanos y que se nombra en situaciones muy excepcionales debe ser calmar los ánimos, recuperarse de una tempestad y jamás provocar más oleaje. Todo ello unido a la toma de algunas decisiones que, vuelvo a subrayar, con independencia de que sean “ajustadas a derecho”, y por tanto se puedan adoptar y sean legales, me parecen innecesarias y podrían haber esperado, en caso de ser precisa su adopción, a que se convoquen nuevas elecciones y una Junta de Gobierno, legítimamente elegida por los hermanos, se pronuncie al respecto. ¿En serio un cambio de banda o de capataz son cuestiones tan urgentes como para no poder esperar unos meses?
La confluencia de todos estos factores está llevando este enojoso asunto al extremo de que haya quien piense, y así lo han puesto algunos de manifiesto en público y en privado, que el objetivo de algunas decisiones adoptadas -fíjense bien al punto al que hemos llegado- no es otro que provocar una airada reacción social para dar la apariencia de que la hermandad se encuentra sometida a una tempestad interna de tales proporciones que requiere prolongar mucho tiempo el gobierno por parte de la junta gestora que, cabe recordar, fue nombrada sine die. Por descontado les anticipo que considero que esto sería tan deleznable que descarto completamente que así sea, pero, como decía con anterioridad, la mera posibilidad de que alguien pueda llegar a pensarlo provoca un daño enorme.
Y es que el caldo de cultivo que se ha producido es muy peligroso. Un equipo directivo provisional dirigido por el perdedor de las elecciones, un cambio de banda sobre el que muchos albergan dudas razonables acerca de su urgencia y, sobre todo, la destitución de un capataz que ha provocado una contundente respuesta social, toda vez que, pese a que desde determinado foro se apresurasen a atizar al destituido con ánimo de venganza, el trabajo desarrollado desde que tomó posesión de su cargo es incuestionable y porque se trata de una figura fundamental en la historia de la hermandad, que ha ejercido de hermano mayor muchos años con un bagaje indiscutible a sus espaldas ya que, bajo su mandato y el de quien le relevó durante un periodo intermedio, la cofradía experimentó la mayor evolución de su historia. Tanto que hay hermanos que piensan que es precisamente eso lo que algunos no le perdonan. Una destitución que ha venido ligada al nombramiento de un gran capataz, a mi juicio uno de los mejores capataces jóvenes de Córdoba, al que han empujado al ruedo para lidiar con un toro que no le corresponde -ninguna culpa tiene de la que algunos han liado- y enfrentarse a una marejada que no merece.
Sea como fuere esta situación debe tener una fecha de caducidad inmediata. Hablamos de una hermandad que, pese a las recientes vicisitudes vividas, goza de una importante salud social que está sufriendo una situación excepcional que ha provocado una agitación interna innecesaria que solamente se cura con estabilidad. Y esta estabilidad se llama convocatoria de elecciones a la mayor brevedad posible, hacer una raya en el suelo y seguir construyendo sobre los cimientos ya erigidos y “no deshacer por deshacer”, como dice un buen amigo mío. Y si cuando haya una Junta de Gobierno surgida de unas elecciones hay que tomas medidas y adoptar cambios, hágase. Creo que esa sería la forma más adecuada de proceder, no tomarlas en una situación de excepción, máxime cuando no es imprescindible.
Que tomen nota quienes deben poner fin a esta situación nociva, aunque considerando algunos de los actores de esta dramática película, sobre todo quien se enfada tanto por chorradas y se pone de perfil en lo mollar, tal vez sea pedir peras al naranjo. Lo deseable sería que quienes no sean capaces de aportar sensatez salgan del escenario, o los saquen, para que tomen cartas en el asunto personas dispuestas a escuchar a los hermanos, comprender que es necesario convocar elecciones lo antes posible para devolver las aguas a su cauce, recuperar la paz y el sosiego y que la hermandad vuelva a funcionar como una hermandad y no como un avispero. Y cerrar un periodo negativo que se ha convertido en uno de los episodios más negros de su historia.