Resulta irónico que la noticia de la salida de los restos mortales de los generales Gonzalo Queipo de Llano y Francisco Bohórquez de la Basílica de la Macarena haya coincidido con otra, aportando detalles de los trabajos que se están acometiendo en la fosa común de Pico Reja, en el cementerio de San Fernando, en virtud del acta firmada el pasado 1 de noviembre por el antropólogo Juan Manuel Guijo y el arqueólogo Jesús Román en nombre del equipo técnico.
Y resulta irónico porque, entre los muchos datos que los responsables de los trabajos han aportado en las últimas horas, se menciona la posibilidad de que entre los “represaliados” se encuentren cuerpos de algunos de los integrantes de la columna minera de Rio Tinto, que fue enviada el 18 de julio de 1936 a Sevilla “para detener el alzamiento” cuyos efectivos fueron víctimas de una emboscada tendida en la Cuesta del Caracol de Camas a manos del comandante de la Guardia Civil Gregorio Haro Lumbreras.
Mineros de Río Tinto fueron efectivamente enviados a Sevilla para “detener el golpe militar” y a ellos se unieron “milicianos”, denominación eufemística utilizada para designar a una piara que desató una ola de violencia por la ciudad de Sevilla que arrasó con todo lo que encontró a su paso para “detener el levantamiento”. Lo que entendieron estos sujetos por “detener el levantamiento” fue llamativo, por denominarlo de algún modo. Habida cuenta de que la mayor parte de la población hispalense, salvo grupos determinados y muy localizados en zonas muy concretas de la ciudad, como Triana o la llamada “Sevilla Roja”, precisamente en el entorno de la actual Basílica Macarena, pasó totalmente de levantarse “contra los fascistas” -aunque la propaganda oficial actual afirme lo contrario, haciendo creer que el pueblo se levantó en masa para defender la infame II República-, muchos por convencimiento y muchos otros porque no sería tan maravilloso e idílico lo que gozaban como para jugársela, y de que estos “milicianos” demostraron no tener lo que había que tener para enfrentarse a los militares –no demasiados- que tomaron la ciudad, su hazaña para “defender la democracia” fue, además de acabar con la vida de los valientes que les hicieron frente, destrozar todo el patrimonio religioso que encontraron a su paso.
En un “alarde de valentía”, algunos de ellos, además, como les decía, de matar a civiles indefensos, quemaron iglesias, destruyeron imágenes sagradas y fulminaron patrimonio histórico de un valor incalculable. Pérdidas irreparables que eran propiedad de muchas hermandades sevillanas, y, por encima de todo, sus Imágenes Titulares. Imaginen por un momento -intenten visualizar- que unos miserables descerebrados entran mañana, como animales, en la Basílica Macarena, destruyen a hachazos a la Virgen de la Esperanza y al Señor de la Sentencia y luego meten fuego al templo. Posteriormente, se desplazan a San Lorenzo y hacen lo propio con el Gran Poder y más tarde a Triana y reducen a la nada al Cachorro, a la Esperanza de Triana y al Cristo de las Tres Caídas. ¿Pueden imaginar el inmenso dolor que sentirían sus miles de devotos ante semejante salvajada gratuita? Porque, que se sepa, ninguna de estas imágenes representaba peligro alguno para nadie.
Según se desgrana en la web visitarsevilla.com aquel 18 de julio, entre otras memorables hazañas, tuvieron lugar las siguientes: En la calle Castilla, la parroquia de La O fue asaltada y los titulares de la Hermandad fueron salvajemente mutilados. En la calle Feria, San Juan de la Palma fue saqueada con la destrucción de la Virgen de las Maravillas y los pasos de la hermandad de la Amargura. Ómnium Sanctórum fue el templo que se llevó la peor parte en estas revueltas; solo quedaron en pie, los muros, la torre y las portadas, reduciendo a cenizas el techo, el artesonado, los retablos, además de numerosos enseres. La iglesia de San Román fue también pasto de las llamas, perdiendo la techumbre y la bóveda, y quemados los Titulares de la Hermandad de los Gitanos Nuestro Padre Jesús de la Salud y la Virgen de las Angustias. La iglesia de San Marcos fue quemada con gasolina, desapareciendo retablos e imágenes. Santa Marina fue salvajemente quemada, perdiendo todas las obras de arte de su interior, donde destacaba el retablo mayor procedente del antiguo Convento Casa Grande del Carmen. Se salvó el conjunto escultórico de la Mortaja, la imagen y el cuadro de la Divina Pastora. San Julián ardió casi por completo, desapareciendo la Virgen de la Hiniesta Dolorosa. San Gil fue incendiada y devastada con la pérdida del Cristo de la Salvación de la Hermandad de la Macarena, una Inmaculada y la Virgen del Carmen de San Gil, salvándose la imagen de la Virgen de la Macarena al ser ocultada en diferentes casas de la ciudad. San Roque fue devastada, quedando solo los muros y la torre, desapareciendo las imágenes del Cristo de las Penas, la Virgen de Gracia y el Cristo de San Agustín, de gran devoción popular. San Bernardo no fue quemada pero fueron destruidas y quemadas en la calle las imágenes del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima del Refugio, San Juan y la Magdalena. Todas estas maravillas fueron perpetradas por los “defensores de la democracia”. No consiguieron nada, como es lógico, más allá de hacer un daño inimaginable a miles de devotos que, obviamente se lo tomaron regular.
Fueron actos cobardes, salvajes y miserables con la única intención de vengarse de quienes entendían que apoyaban el levantamiento: cristianos, a los que odiaban, y, más en concreto, cofrades, a los que también odiaban. Como decía, a los salvajes que llegaron de fuera se les unieron otros salvajes que habitaban en Sevilla. Porque sí, hay muchos sevillanos que odian con toda su alma a las cofradías. El pasado lunes, sin ir más lejos, por la Avenida de la Constitución, una basura montada en bicicleta gritó “¡qué peste a cofradía!” porque olía a incienso. Ese es su concepto de respeto. No duden de que gentuza como esta vive entre nosotros y también vivía en la Sevilla en 1936, y que si pudieran, destruirían todo lo que huela a incienso.
Esta basura humana se dedicó a destruir imágenes devocionales por toda Sevilla, con odio y saña. Animales que fueron represaliados a posteriori, efectivamente. No, no pongan palabras en mi boca que yo no he dicho. Ni he dicho ni diré que mereciesen la muerte por ello (otra cosa es lo que piense). Pero, ¿qué hubiesen hecho ustedes? ¿Darles una palmadita en la espalda? Pongan las circunstancias en su contexto: una Guerra Civil, con miles de muertos en ambos bandos, con matanzas indiscriminadas en ambos lados, y con salvajadas en las dos Españas. Y no se cansen respondiendo que las imágenes se “reponen” pero las personas no. Primero, porque, más allá de la incalculable cuestión devocional, ¿se repone una obra de arte del siglo XVII? ¿En serio? Y segundo, porque es falso que solo destruyeran imágenes y patrimonio cofrade. También masacraron a miles de personas inocentes. Ahí va un excelente hilo de Twitter para que lean algo al respecto.
Porque, por más que se repitan mentiras en forma de discurso oficial, único e incuestionable, amparado en una repugnante ley que impide que un hermano descanse en el templo que hizo construir a los pies de la imagen que salvó de las llamas y a la que hoy veneran millones de personas en todo el mundo, “porque es un asesino”, pero que permite que “una asesina republicana” tenga calle en Córdoba, las matanzas salvajes e indiscriminadas se produjeron en ambos bandos. Esto no va de asesinos de un bando y víctimas inocentes de otro. Víctimas y asesinos los hubo en ambos lados. Y no me vengan con la manida respuesta de que los muertos de un bando ya fueron homenajeados. ¿Van a comparar un régimen totalitario con un sistema presuntamente democrático? En una dictadura se homenajea a los vencedores. En una democracia a todos, por igual. En caso contrario termina convirtiéndose en otra dictadura. La memoria, o es para todos o es una mentira.
Sea como fuere, el odio ya está entre nosotros, ha venido para quedarse, gracias a la putrefacta semilla sembrada por Rodríguez Zapatero y amplificada por Sánchez Castejón, el peor presidente de la democracia española con permiso de Azaña. Una semilla que ha convertido en odio lo que un día fue reconciliación ejemplar. Un odio que terminará en un nuevo derramamiento de sangre, de no triunfar la sensatez frente a quienes pretenden provocar otra Guerra Civil.
Una certeza que no debe privarnos, no se equivoquen, de denunciar la incongruencia de quienes se autodenominan cofrades y defienden, comparten y amparan el discurso de los mismos que quisieron destruir a las cofradías y volverán a intentarlo si les dejamos. A estos jamás podré comprenderlos; jamás. Queipo hizo muchas cosas, muchas condenables, pero entre ellas que la Basílica y la mismísima Esperanza Macarena estén donde están. Y si ahora algunos pueden acudir al templo a rezar es por él. Esto es tan incuestionable como todo lo demás. No lo olviden. Y tampoco olviden que es Dios quien debe juzgarnos a todos.