Hace dos milenios una mujer de Nazareth, llamada María, aceptó el designio divino de Dios para albergar en su seno al Salvador de la Humanidad. Ella no tenía ninguna obligación, y mucho menos presión. María era una niña todavía, de apenas 14 o 15 años, pero su respuesta fue momentánea. Ella dijo sí. Y su fiat cambió la historia del mundo en el mejor de los sentidos.
La Madre de Dios defendió la vida sin cortapisas, con la rotundidad de quién comprende la bendición que supone y, sobre todo, quien se entrega a los designios del Señor, que para ello es nuestro Padre omnipotente y misericordioso.
Más de dos mil años después, el arzobispo de Sevilla, Don José Ángel Saiz, ha dado también su fiat a esa misma vida que no deja de concebirse, engendrarse y nacer cada día, no sólo en el ser humano sino en cualquier ser vivo de la Tierra.
El pastor clamaba ayer en oposición a la repugnante reforma de la ya terrible Ley del aborto que a los cristianos nos ha tocado merendar durante tantos años.
Don José Ángel definía como “barbarie” uno de los puntos más duros de esta modificación pro abortista, concretamente el que permitirá que una criatura menor de edad, que en muchos casos no sabe ni lo que quiere hacer en la vida, pueda interrumpir un embarazo sin consentimiento de sus padres.
A lo cual se suma el hecho de que también dejará de ser obligatorio esperar 3 días para reflexionar sobre un tema tan importante.
Monseñor no pudo estar más acertado. Estos cambios que a todos los pronósticos serán legales en poco tiempo, son una barbarie, una vergüenza y un auténtico atentado a la vida humana.
Tanto es así que les voy a hacer una sencilla pregunta a la señora Ministra de Igualdad, Irene Montero, y al resto de componentes de ese gobierno de indeseables que dirige el país: ¿Hay algo más progresista que la vida?
Obviamente no. Claro que no lo hay. Si existe algo que permite avanzar en sociedad es la vida, independientemente de las circunstancias en las que llegue.
Nadie tiene derecho a decidir el futuro de una criatura que ni siquiera ha visto la luz del día, ni ha respirado una gota de oxígeno. Y mucho menos tiene la potestad de quitarle la vida, sean cuales sean los rgmotivos; exceptuando por supuesto lo que recoge nuestra Constitución, que afortunadamente no se ha contaminado de ideologías absurdas.
El arzobispo da nuevamente la solución, que pasa por la protección y ayuda a la madre y el nonato durante el embarazo, pues es el camino que podemos y debemos seguir los cristianos. Porque es nuestra obligación, la de creyentes y no creyentes, proteger la vida y salvaguardarla; y eso incluye esa nueva existencia que poco a poco va germinando en el vientre de la mujer hasta llegar a convertirse en otro corazón que late al mismo ritmo.
El aborto no es por tanto una opción. Es una desgracia que marca para siempre, y por ello hay que condenarlo con contundencia, para volver a colocar ese regalo de Dios que es la vida y cada nuevo amanecer, en el lugar que merece. No lo olviden ni se resignen. Al igual que la Virgen hace veinte siglos, defiendan la vida.