El nombre de Fray Ricardo de Córdoba se halla indisolublemente fundido con el de un incontable ramillete de hermandades repartidos por los cuatro puntos cardinales de la geografía cofrade, ocupando un eterno lugar de privilegio en la memoria colectiva de cofrades de todas las latitudes, convertido en un personaje esencial de la Semana Santa contemporánea, merced a una inagotable capacidad artística y una arrolladora personalidad, revelada desde sus años de su juventud. El 1 de octubre de 1946, la popular Puerta del Rincón fue testigo mudo de la llegada al mundo de Ricardo del Olmo López, que apenas con 22 años ingresaría en la Orden de Frailes Menores, habiendo realizado estudios eclesiásticos en la localidad malagueña Antequera. Comenzaba así la vida ejemplar de este auténtico apóstol andaluz en la religiosidad popular.
No obstante, no sería hasta la festividad de la Inmaculada Concepción de 1975 cuando es ordenado sacerdote, ceremonia presidida por el obispo José María Cirarda Lachiondo ante la imagen de Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos, cuya bendición se había producido apenas dos años antes gracias a la intercesión de Fray Ricardo. Además, estuvo destinado a distintos lugares de la geografía andaluza, como la barriada cordobesa de Alcolea o el Convento de Capuchinos de Córdoba, donde llega a ostentar el cargo de Hermano Guardián, ejerciendo el mismo cargo en Sevilla. El último destino del fraile será Jerez de la Frontera.
Presto a la predicación y el culto sacramental en virtud de los votos franciscanos, Fray Ricardo de Córdoba ha desempeñado un papel vital en el mundo de las cofradías de las últimas décadas en Andalucía, donde contempla una vasta faceta desde pregonero o diseñador hasta director espiritual e impulsor de cofradías. Suponía una parte intrínseca a su labor pastoral, como el propio fraile señalaba: Yo he agregado a mi vocación cofrade, el ministerio franciscano junto a mi ministerio de sacerdote. Además, también ha ejercido de vestidor de distintas imágenes marianas, si bien esta labor sería desplazada por el fraile hace varios años.
Ese sentimiento nace en los años de infancia de Fray Ricardo, estando desde entonces especialmente vinculado a la Parroquia de Santa Marina, a cuya collación pertenecía. Esta situación le permitía aproximarse a las hermandades de la feligresía, como eran El Resucitado, La Esperanza o La Paz. No obstante, la primera cofradía donde ingrese como hermano será la Hermandad de la Expiración. Además, Fray Ricardo también es conocido por fundar corporaciones, tanto de penitencia como de gloria, así como en distintos puntos del campo andaluz. De este modo, su trayectoria pastoral le ha llevado a ser figura esencial en la erección de la Hermandad del Císter en 1976 o la Cofradía de los Dolores de Alcolea en 1981. El aval cofrade queda reflejado en pertenecer como hermano a diecisiete corporaciones, siete cordobesas -el resto están ubicadas en Sevilla, Sanlúcar de Barrameda, Jerez, Linares-, desempeñando la dirección espiritual en varias de ellas.
Por otro lado, también Fray Ricardo de Córdoba ha ejercido labores de diseñador, desde bordado hasta orfebrería, insignias y andas procesionales. La vocación por el dibujo parte de una formación autodidacta desde sus años de infancia, sintiendo especial predilección por el arte barroco. Cuando estoy dibujando me siento espiritualmente devoto de la Virgen en sus múltiples advocaciones, se llame de la Paz o de la Merced o de los Ángeles, siempre procuro tener en cuenta el nombre con objeto de que el diseño responda a su propia peculiaridad, señalaba. De este modo, entre los numerosos diseños realizados destacan en Córdoba el palio de la Virgen del Rosario -el primero que realiza-, el de la Merced, la Encarnación o el mítico de las palomas de la Paz y Esperanza en Córdoba, así como multitud de mantos y sayas. Pero no sólo ha ejercido estas labores en la capital califal, sino también en los cuatro puntos cardinales de Andalucía, así atestiguan piezas como los mantos de la Virgen de la Esperanza, tanto de Jerez como de Málaga, por ejemplificar.
Fray Ricardo de Córdoba se convirtió en el artífice de la revolución estética que experimentó la Semana Santa de la ciudad de San Rafael desde la década de 1970. Además, comienza a entablar amistad con el también recientemente desaparecido Luis Álvarez Duarte, contando con una amplia producción en Córdoba.
Sincero y directo a la hora de manifestar sus opiniones, siempre mostró su debilidad por la idiosincrasia de la Semana Santa de Sevilla. La Semana Santa en España tiene dos polos muy diferenciados: uno en Castilla y otro en Sevilla. Y lo que no podemos pretender es que un satélite sea planeta. Indudablemente, Córdoba tiene su espíritu peculiar, pero formas propias no tiene ni la Semana Santa de Córdoba, Cádiz, Jerez, éstas serán siempre satélites de Sevilla, aunque le pese a todos aquellos que me oigan. Además, la justificación de Fray Ricardo recae en la profunda tradición histórica y cultural de las cofradías en Sevilla frente a Córdoba. No obstante, alegaba que Córdoba tiene el poder y el misterio de asumir incluso lo que no es suyo haciéndolo suyo. (…) Hablo más bien de los esfuerzos cofrades, espirituales y artísticos que hay que hacer para poder decir que la Semana Santa de Córdoba está completa.
El carácter temperamental de Fray Ricardo no sólo se hacía presente en el día a día del franciscano, tanto a nivel personal como pastoral, sino que le valió para llevar a cabo emotivas exaltaciones que quedan grabadas con letras de oro en la literatura cofrade, desde el pregón conmemorativo del 450 aniversario fundacional de Monte-Sión en Sevilla en 2009 o el pregón de la Semana Santa de Córdoba en 1983. Además, tiene publicado el libro “Semana Santa en Córdoba” en 1989 junto a Juan Martínez Cerrillo, entre otras colaboraciones literarias. Por todo ello, se convirtió en una persona referente y admirada por su capacidad de trabajo, siendo reconocido como Cofrade Ejemplar por la Agrupación de Cofradías de Córdoba en el año 1993.
El 17 de mayo de 2019 se apagaba la incansable luz de Fray Ricardo de Córdoba. Capricho del destino, durante la misa funeral que tenía lugar al día siguiente era coronada canónicamente la Virgen de los Ángenes de Sevilla, hermandad donde actuaba de vocal franciscano. «Córdoba está eternamente en deuda contigo», apuntaba el bordador y vestidor Antonio Villar, íntimo amigo del capuchino, como despedida. El féretro con sus restos abandonó su abarrotado hogar del Convento del Santo Ángel a los sones de «Ángeles del Císter» -interpretada por músicos de la Banda de Música de la Esperanza- la marcha que él encargó a Pedro Gámez Laserna la dolorosa de la hermandad que soñó y diseñó. Su alma, en cambio, ocupa ya para siempre un lugar de privilegio en la historia de Córdoba y de las cofradías, convertido en una figura insustituible, esencial, mítica y eterna