La vara del pertiguero, Opinión

Hipocresía a la carta

Ya agosto llega a su límite de la mano de san Agustín. Y, por si fuera poco, las últimas palabras del romano pontífice retumban en nuestros oídos. Aprovechando una y otra circunstancia, presentaremos una reflexión que las aúnen. Así que nos pondremos manos a la obra, no sin antes invitaros a que visitéis el antiguo convento agustino de la ciudad, una joya escondida que merece ser reconocida en todo momento.

Al grano, vayamos a lo de la hipocresía. Como un viejo maestro, no puedo resistirme a presentar la etimología de la palabra para entenderla mejor. De este modo, la palabra «hipócrita» viene del griego clásico y significa ‘actor’. Por tanto, un hipócrita es aquel que hace su papel ante un público, que en este caso es la sociedad.

El problema radica en que la hipocresía está extendida por todos lados y —me atrevo a decir— cada uno de nosotros somos partícipes de ella. Evidentemente, el grado de implicación es distinto, así como su causa. Muchos viven de manera hipócrita porque la realidad así lo exige, siendo imposible alienarse de ella. Otros disfrutan de la hipocresía como un disfraz a medida, al que se une el cinismo como filosofía de vida.

Pongamos un ejemplo cercano y mundano. Salimos a la calle y sabemos que todavía estamos en pandemia. Una buena parte de la población lanza soflamas en favor de la prudencia y el autoaislamiento, mientras se van llenando estadios de fútbol o diversas calles para ver pasar la Vuelta Ciclista a España. Vaya por delante que no hay hipocresía en desear el bien común y la vuelta a la normalidad; pero, claro está, a una normalidad sin comillas, sin favoritismos y sin actitudes hipócritas.

En otras palabras, duele ver las calles llenas y abarrotadas, con botellines de cerveza o copas de licor en las manos, dándose besos y abrazos indiscriminadamente, o reuniéndose en grupos para ver distintos espectáculos y, por el contrario, comprobar cómo languidecen nuestras cofradías dentro de sus templos. Hay miedo y censura indirecta, propiciada en parte por nosotros mismos, que nos resistimos a dar un paso adelante en tiempos tan delicados. Sin embargo, mientras dudamos el mundo sigue y otros ya se atreven a restablecer sus actividades.

¿Qué tiene que ver san Agustín en todo esto? Bien, el santo africano dejó escrita una frase que entronca perfectamente con las palabras del papa Francisco: «El Espíritu Santo […] huye del hipócrita». Es decir, al actuar y no ser —que son cosas bien distintas— trasladamos una imagen irreal que afecta a nuestra realidad, transmutándose y pervirtiéndose. San Agustín sabía bien eso, pues antes de ser santo fue un buen «prenda», como apreciamos al leer sus Confesiones. No obstante, supo cambiar, evolucionar y quitarse la máscara de la hipocresía que le hacía débil e infeliz. Además, abogó por la razón, incluso dentro de la fe, llegando a decir que no podía existir —ni nosotros tampoco, añado— la una sin la otra.

En resumen, siempre es tiempo de utilizar la razón. Así, evitaremos actitudes hipócritas como las antes citadas que desvirtúan nuestras vidas. Si realizamos un ejercicio de reflexión, nos daremos cuenta de que convivimos con muchas acciones contradictorias e injustas. Lo lamentable es que da la sensación de que las cofradías, al ser cosa de religión, pueden y deben sufrir la rigurosa sentencia del ostracismo social, recluyéndose en sus viejas iglesias sin molestar con aglomeraciones. Como mucho, algún acto íntimo y bien acotado, no sea que propaguen la enfermedad a diestro y siniestro. Eso sí, mientras tanto podemos llenar playas y chiringuitos, atiborrar las calles durante mítines políticos, permitir los botellones o cotejar las últimas novedades que nos ofrece El Corte Inglés en cada una de sus plantas.

Una de cal y otra más de cal, para no variar. He aquí la última referencia a san Agustín, la cual da sentido al artículo. Debemos defender nuestra fe y nuestras creencias, debemos clamar en favor de nuestros derechos, no debemos minusvalorar ni estigmatizar nuestra cultura. Eso sí, al igual que hizo ese santo en múltiples ocasiones, siempre desde la razón. El camino está bien marcado y tenemos argumentos suficientes para emprenderlo. Quizás el avance sea lento al principio, pero hay que empezar a recorrerlo. La normalidad tiene que llegar y nosotros hemos de favorecer su resurgimiento. Así, pues, actuemos con razón, sin miedo y denunciando la hipocresía que se irradia en todos los ámbitos de nuestras vidas.