La vara del pertiguero, Opinión

Hoja de ruta

Quedan pocos días para que nos desperecemos y entremos en un nuevo curso. Ya sabéis lo que ello implica. Del mismo modo, el mundillo cofrade despertará de su “semiletargo” y comenzará a preparar otro año más lleno de cultos y salidas, incluyendo además una muy dilatada coronación canónica. Por tanto, es el tiempo de plantear objetivos que cumplir en lo venidero, así que me atreveré a sugerir algunos.

Existe un problema endémico en todas las cofradías: la falta de actividad de sus hermanos. Este es el primero de los objetivos que cada una de las hermandades debería atajar. Ya sé que no estoy descubriendo la pólvora y que, incluso, este mal ha sido diagnosticado con bastante acierto. Sin embargo, los remedios hasta ahora propuestos han sido nefastos. Hemos de vertebrar otros modos de participación social, así como incentivar el interés de los hermanos.

Quizás para lograrlo vendría bien plantear un nuevo objetivo de trabajo: el desarrollo individual y colectivo de la espiritualidad. No me cabe duda de que este asunto tiene mucho que ver con lo de la participación activa. Nuestras cofradías, si bien realizan sus cultos y estaciones de penitencia durante el año, se aplican poco en lo relacionado con la educación religiosa. Obviamente los propios hermanos tienen culpa de ello, pues apenas frecuentan los cursos ya propuestos por las corporaciones. Y no olvidemos que la formación en la fe es siempre necesaria para todo el mundo. En otras palabras, somos más ignorantes de lo que pensamos y nos vanagloriamos en ello, lo cual es preocupante.

Otro punto que sopesar sería el de la materialidad. Muchas hermandades se afán en sacar cada año un estreno, como si fuera necesario para mantener su prestigio. Con ello, la parte material de la cofradía se enriquece, sobre todo artísticamente (¿qué duda cabe?); pero acarrea un problema silencioso que viene incubándose desde hace décadas: la falta de perspectiva.

En efecto, el interés artístico está convirtiendo a las hermandades en museos ambulantes que, cada Semana Santa, despliegan su patrimonio por las calles de cada localidad. El público contempla con gusto cada pieza como una joya incomparable; pero ¿sirve toda esa parafernalia para la evangelización y la catequesis? Ahí está la cuestión a dilucidar.

No quiero extenderme más, de modo que haré una breve síntesis sobre el tema. Hay que atacar dos problemas fundamentales y geminados: la participación de los hermanos y la espiritualidad. Es más, de no hacerlo el futuro de lo cofrade se irá resintiendo cada vez más; a las pruebas me remito. En consecuencia, tendríamos que ponderar si nuestra perspectiva actual de trabajo, donde los montajes y las salidas procesionales ocupan un lugar preponderante, son a la larga el mejor medio para solucionar ambos problemas. En mi humilde opinión, creo que no. En resumen, necesitamos invertir nuestro tiempo en educar y en dar testimonio público de lo que creemos, para que así podamos dar razón de nuestro carisma cofradiero de vida y atraer a nuestro lado a aquellos hermanos que no buscan espectáculo o folclore, sino devoción.