La vara del pertiguero, Opinión

La vara del pertiguero | El hombre lobo

Decía Hobbes que «el hombre es un lobo para el hombre». Aunque originariamente la cita no sea suya —pertenece a Plauto—, lo importante es el fondo: en el hombre late una necesidad a veces insondable de hacer el mal y propagar la injusticia en su propio beneficio.

Aclaremos un par de cuestiones. En primer lugar, al hablar del «hombre» en sentido absoluto, no debemos singularizar ni entender que «los hombres» son todos los hombres que «existen», pues no es así. Tengamos claro que la afirmación de la maldad del hombre es verdadera si entendemos al hombre como ser «ideal» que fue, es y será el sujeto de la cita referida. Por tanto, y simplificando la cuestión, ahórrense muchos la indignación, pensando que hay hombres buenos, porque en ningún momento se duda de que «singularmente» haya hombres buenos.

En segundo lugar, no es extraña la afirmación de que «el hombre es un lobo para el hombre» si nuestra propia fe dice que estamos manchados o somos azotados por el pecado. Si se prefiere, la cita de Hobbes puede «cristianizarse» y leerse del siguiente modo: «el hombre es un pecador para el hombre». Así, la idea de fondo persiste y, quizás, podamos avanzar mejor en nuestra breve reflexión.

Sin embargo, también nuestra fe nos dice que estamos llamados a abrazar el bien y a aborrecer el pecado, nos invita a ser santos como nuestro Padre celestial y nos pide que sigamos a Cristo, el único camino, verdad y vida que realmente es. Todo esto, en síntesis, es lo que nos ofrece el Evangelio que predicamos, escuchamos, subimos a WhatsApp, Instagram y Facebook, lanzamos de vez en cuando a nuestro amigos, vecinos y conocidos, relatamos tal vez de tarde en tarde en nuestras casas de hermandad y antes de los ensayos de costaleros… En definitiva, es lo que decimos de boquilla. Otra cosa muy distinta es si, en el fondo, somos o no somos realmente lobos hambrientos, cosa que solo Dios sabe.

Tengamos también en cuenta que el hombre es libre para decidir sobre sus actos en virtud del libre albedrío. Con esto en mente, se comprenderá aún más la terrible realidad del mal y la gran culpa que pesa sobre nosotros. En otras palabras, alimentar al lobo por cualquier causa es algo que nos compete y que sucede cuando en verdad nos mueve el egoísmo, la envida, la avaricia, el odio, el interés, la soberbia… Todas estas «virtudes» y otras muchas más no son para nada ajenas a la propia condición humana. Es más, vivimos rodeados por ellas. Hay demasiados ejemplos cotidianos para citar, así que me abstengo.

Pese a todo, tenemos a Cristo. Hace unos días celebrábamos la exaltación de la Santa Cruz, y en el aleluya cantábamos: «Por tu Santa Cruz redimiste al mundo». Tras la cruz y la resurrección, si el lobo persiste en nuestro interior, es porque queremos. Y si queremos, entonces hemos optado por un camino que es contrario a Cristo. Y si optamos por ir en contra de Cristo, creo que huelga decir cuáles son las consecuencias. Es muy duro aceptar esto cuando hacemos examen de conciencia y comprendemos que alimentamos al lobo más de lo que creíamos. Es difícil entender que seguir a Cristo es negarse a uno mismo —todos los intereses egoístas que nos mueven— y entregarse al hermano con filial confianza y caridad divina. Es casi imposible defender que, para ser de Cristo, no basta con hacer de vez en cuando obras buenas, sino aborrecer todo lo que la sociedad considera bueno y que, en realidad, nos aparta de Dios: el querer aparentar, el querer poseer, el querer dominar, el querer satisfacer nuestros deseos de poder, fama, gloria… Y otros más, a cada cual el nuestro.

En definitiva, el hombre será siempre un lobo para el hombre, mientras el hombre no abrace a Cristo y rechace sus propios intereses personales, fundamentados todos en el egoísmo y justificados en la sociedad. La realidad que nosotros creemos comprender no es la realidad que Cristo nos ofrece. Eso es suficiente para entender que nuestra verdadera naturaleza pasa por el amor al hermano, que nace a su vez del amor a un Dios que es Padre, que entregó por amor a su Hijo y que, por ambos, se nos donó gratuitamente el Espíritu Santo. Todo lo que no sea esto, nos guste o no, es lobo, es pecado. Es, por tanto, alejarse libremente de Dios por mucho que queramos justificarlo.