En muchos casos, gobernar no consiste tanto en mandar como en liderar. Así al menos es como debería entenderse. Gobernar una hermandad, por tanto, se acerca más al sutil arte de navegar por un mar que lo mismo se encrespa que se amilana, donde los vientos pueden arremolinarse tempestuosamente o, por el contrario, disiparse en una «calma chicha» casi enquistada. Sea como fuere, el gobierno de cualquier sociedad necesita tener en cuenta aquellas circunstancias orteguianas que le inciden directamente.
Téngase siempre en cuenta que la teoría es más manejable que la práctica, y que las sociedades son menos comprensivas en el plano real que en el figurado. Liderar una comunidad precisa de buenas dosis de paciencia, humildad, inteligencia, fortaleza de espíritu y caridad. Auméntense las dosis de estas virtudes cuando la comunidad es aun menos comprensiva de lo esperado. En cualquier caso, no se asuste nadie al comprobar que son pocos los atrevidos a la hora de presentarse a unas elecciones: el temor al qué dirán o al qué harán cuando uno este a los mandos del timón es algo muy serio.
Evidentemente, los que gobiernan también tienen una responsabilidad enorme en su cargo, insoslayable e inexcusable desde todo punto de vista, de ahí que los hermanos —centrándonos ya en lo cofrade— puedan y deban ser tan exigentes con sus mandatarios. En primer lugar, hay que pedir que se hagan las cosas bien para que se cumplan los objetivos, siendo el primero de ellos la adoración reverencial a Dios. En segundo lugar, debemos velar porque se hagan las cosas bien para que se mantenga el espíritu fraterno entre nosotros, pues una hermandad que olvida la caridad entre sus hermanos olvida la caridad con Dios. Ya en tercer lugar, tenemos que estar pendientes de que se hagan las cosas bien para que la cofradía avance en sus obras culturales y artísticas, ya que en estas dos vertientes las hermandades encuentras sus mejores herramientas de evangelización.
Como verá en las sucintas líneas que anteceden al presente epílogo, el arte de gobernar y liderar se sustenta en dos ejes: el del depositario, que gobierna la hermandad, y el del depositante, es decir, el resto de los hermanos. Entre ambos se encuentra lo «gobernado», entendido tanto en lo material como en lo espiritual (el conjunto de costumbres y tradiciones). En estas aguas se desarrolla la labor que he intentado esbozar en este breve artículo. No pretendo mucho más, en realidad. Solo una última cuestión: gobernar es un arte, pero también un pecado si no se hace como se debe.