El Capirote, Opinión

Mes carmelita

Es una de las devociones más extendidas del mundo. La devoción a la Virgen del Carmen se extiende más allá de lo que pudiéramos imaginar. Reina en los mares, donde no hay localidad costera que no celebre su festividad. Novenas, rosarios, procesiones marítimas y un sinfín de avemarías la acompañan. Peticiones, ruegos y promesas para la Estrella de los mares. Patrona de otros tantos municipios que bañan los mares, pero también de aquellos más alejados. Porque es tan grande la devoción que se le profesa que reina desde en santuarios marineros hasta en la ermita más recóndita que pudiéramos encontrar.

A la Virgen del Carmen pudimos verla este pasado fin de semana acudiendo al hospital Virgen Macarena, rodeada de los devotos que día tras día acuden a sus plantas. Repartió salud también por Triana, en una procesión recuperada hace años y cuya hermandad pretende restablecer el fervor de antaño. Volveremos a disfrutar de ella el próximo fin de semana.

A pesar de la presencia que tiene en la ciudad, cuya historia no se entiende sin la presencia de la orden carmelita, no deja de ser llamativo el escaso número de público que las acompaña. Serán las altas temperaturas o será que la mayoría prefiere marcharse a la playa, lo cierto es que uno acude a presenciarlas y descubre que no encuentra nexo de unión entre quienes las veneran y los que se hacen presentes cuando la imagen devuelve a los devotos las visitas que estos le realizan a lo largo del año.

Quizá el público escasee, no haga acto de presencia como la ocasión merece. Y aquí echamos de menos a los capillitas de postín, que en grupúsculos se toman instantáneas que la delantera del paso un photocall –nada extraño que ya hace hasta el hermano mayor avinagrado que mira de reojo creyendo que detenta un puesto que le conduce directamente al reino de los cielos–. Se ausentan también los instagramers que utilizan las redes para impartir doctrinas como si fueran aquellas un púlpito, donde sus opiniones revisten de sentencias, y algún que otro desnortado que acude para ser visto más que para ver. Público escogido en unas procesiones que se convierten en un deleite para los paladares más selectos.