Qué días de cuaresma tan extraños. Todo es, en su apariencia, más o menos igual para quien escribe, pero en lo profundo de mi ser es notorio que algo no encaja, que la columna vertebral se resiente. El lema de “Estás con nosotros” es una muy noble declaración de intenciones, y en su esencia, no deja de ser el mensaje que es necesario transmitir, aunque en el fondo para quien escribe todo es tan inusual…
Recuerdo aquel año 2006 cuando tuve ese encuentro a tus pies atrapado entre el paso de palio y la casa hermandad, justo a la altura de la calle que separa la candelería del paso de palio. No sé si te busqué, te dejaste encontrar, me buscaste o yo me dejé encontrar. Seguramente, un poco de todo a la vez. Pero lo cierto es que me enamoré de ti y quedé absolutamente cautivo de tu irresistible, incomparable y eterna mirada.
Diecisiete años después, dadas las circunstancias, se presenta una Semana Santa en la que no podré aferrarme a tu verde manto ni al calor de tu mirada. Habré de saber buscarte en las pequeñas o grandes cosas, en lo trascendental de la Semana Santa y también en lo más mundano de la rutina diaria.
Te buscaré en el azahar que ya perfuma nuestras calles, en las aceras que, entre susurros disimulados con la brisa marinera, pregonan la pronta llegada de túnicas y capirotes. En la gente de la hermandad que tantísimo ha trabajado y sigue trabajando por tu pronto retorno. En las cariñosas palabras de la gente tratando de aliviar lo inaliviable, en cualquier conversación cofrade aunque no tenga nada que ver con la situación. En el incienso que me llegue al alma, o en los tambores que retumben el pecho. En los innumerables, bellos y nobles gestos de otras hermandades, con especial mención a esos corazones llenos de generosidad de la gente de la Flagelación, que bien sabe Dios que también considero mi gente.
Te buscaré entre los más diversos varales, en la magia de cualquier paso de palio, sobre la candelería derretida tras el transcurrir de las horas, y tras los largos mantos de una dolorosa que se pierda en la lejanía. En el verde de los ojos de la Alegría, o en el azul del Mayor Dolor. En la morenez serena de la Virgen de los Dolores o bajo un palio de Estrellas que sonará más que nunca a ti. En la aflicción de la Soledad o la rectitud de la Concepción. En la radiante belleza de la Virgen del Amor o en la dulce blancura de la Trinidad. En la sencillez de la Virgen de la Luz o en la caricia de las entrelazadas manos de la Reina de los Ángeles. En la leve torsión del rostro de la Amargura o en tus “hermanas”, la hermosa niña de la Salud San Pedro, y en el desconsolado sollozo de la Virgen de las Angustias.
Te buscaré en otros rincones donde tu nombre habita. En la Resolana, en la calle Pureza o Castilla o en Salesianos de la ciudad de la Giralda. En el Brasil Grande con los ojos color miel más bellos que ha visto quien les escribe, en la vieja Onuba. Suspirando en la nostalgia del Bailío cordobés o por Capuchinos, coronada de Paz. En el duende de la Plazuela de Jerez y el poderío del Perchel malagueño. En la niña de Santa Ana del antiguo reino nazarí o con esos aires estudiantiles de Almería. En la capital del Santo Reino y su barrio de Cristo Rey. En cualquier paraje que se aferre a tu advocación.
Te buscaré, con especial dolor, en cada rincón de un Viernes Santo que nunca nadie se imaginó ni en la pesadilla más terrible. Desde la mañana cuando el radiante sol -que nadie lo dude-, nos irradie las retinas de luz. En la mirada de mi gente de abajo, de los que se enfundan el capirote y la túnica o nos regalan las más sentidas melodías, y de todos aquellos que se sacrifican para que todo salga lo mejor posible. Te buscaré, madre, entre los respiraderos del costero izquierdo antes de salir, en esa salida que seguro que una noche me susurraste y que quedará, si Dios quiere, de por vida en la retina de todo aquel que la viva. En la recogía en la que quedaré huérfano de ese halo de luz que siempre ilumina las trabajaderas en la estrechez de Gaucín de vuelta, o en el Ave María más especial cuando todo se haya consumado, con el sentimiento del deber cumplido. Te buscaré en los abrazos del antes, durante y el después con ese grupo de elegidos que tenemos el gozo de ser los pies del Salvador, latiendo al mismo compás.
Te buscaré, por encima de todo, abrazado a la cruz del Dios del Amor en ese lugar de privilegio donde tengo el honor de estar, agradeciendo, por qué no decirlo, la fortuna de sí poder disfrutar de la presencia del Señor tras lo sucedido, y rogando bajo sus pies encontrar las fuerzas necesarias para cumplir tan difícil cometido. Te buscaré en lo más profundo de mi ser, en cada lágrima que se me arranque del corazón, en cada suspiro que me atraviese el alma y en cada chicotá y cada paso que tenga el privilegio de dar con el Señor sobre mis hombros por las calles de la tierra que nos vio nacer.
Te buscaré y bien sabe Dios que tengo toda la fe del mundo en encontrarte, Madre mía, porque como una vez dijo el gran periodista sevillano José Antonio Rodríguez, al que me permito el atrevimiento de tomarle prestado el titular: “para verte sólo necesito cerrar los ojos y pensar que sigues ahí, y que lo que tú y yo pactamos podrá esperar“, el tiempo que haga falta, si se me permite el lujo de añadir ese matiz. Porque si algo he aprendido desde aquel encuentro de 2006, es a saber esperar en la Esperanza de María, y a tenerte bien presente en la mente a cada momento, también el Viernes Santo cuando imagine que, como siempre, sigues al Cristo del Amor bajo tu paso de palio. Hágase vuestra voluntad, mi Virgen querida de la Esperanza, mi querido Cristo del Amor.