Pues parece que vuelve el nazareno a caminar sin que se le haya partido aún ningún cirio en la cabeza por parte de algún cofrade que no piensa igual que este penitente. No es que el miedo a las reacciones me atenace -ni que Dios lo permita-, pero nos manejamos en un mundo de postureos y de lo cofrademente correcto tan proceloso que no es bueno, o al menos admitido, disentir con la mayoría que está en posesión de esa verdad muchas veces tan errada.
Y es que, para qué sirve ponerse cada semana ante un folio virtual en blanco y comenzar a dibujar reflexiones y pensamientos sino es para despertar conciencias, para mostrar nuevos puntos de vista sobre lo que está bien y lo que está mal. No soy yo quién esté facultado para dictar lo correcto, y menos aún lo cofrademente correcto. Pero sí es tarea de cualquiera que se mueva por un ámbito que le apasione el cuestionar lo que está bien -porque siempre se ha hecho así- y lo que está mal -y por eso nunca se ha hecho así-.
Esta chicotá quiero dedicarla a un pensamiento que muchas veces ha ido entrando en mí sin calar de forma consciente. Un pensamiento que damos por bueno y lo admitimos sin más. Y veo necesario, primero, poner en situación y, segundo, ver por qué lo aceptamos sin más cuestionamiento e incluso lo damos por válido.
Cuántas veces habremos tenido la oportunidad de estar de tertulia con algún amigo, conocido o familiar, sobre cualquier tema… y llega un momento en el que nos acercamos a esa temática que tantas miles de páginas ha manchado de negro: la Semana Santa.
Y nos encontramos con esta situación:
- “Oye, ¿y a ti te gusta la Semana Santa?”
- “A mí me gusta mucho la Semana Santa, pero como algo artístico o cultural”…
Y como nos han dicho que les gusta algo que a nosotros también nos encanta, nos sentimos unidos por la complicidad de la pasión compartida. Y no somos capaces de ver que en realidad a esa persona no le gusta lo mismo que a mí. De hecho, estamos hablando de cosas distintas.
¿Por qué nos conformamos con aceptar que a una persona le guste la Semana Santa sólo como muestra del folclore, de la tradición, del arte, de la cultura de nuestra tierra? Por supuesto, el mundo de las hermandades y cofradías, y en especial la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, tiene mucho de esos aspectos, tanto culturales como artísticos. Pero, ¿en qué queda todo eso si no se le dota de la esencia que debe inundar por completo todos esos aspectos circunstanciales, y que es la Fe?
En primer lugar, flaco favor le hago yo a todo esto cuando lo que pregunto es si a alguien le gusta la Semana Santa. Hemos hecho de un término que evoca esa semana que se vivió hace casi dos mil años en Jerusalén el concepto que abarca una amplísima serie de realidades de muy diversa naturaleza: la vida de hermandad, la Fe en Dios y en Jesús y en su Bendita Madre, pero también la obra de caridad para con los necesitados, la producción musical y todo ese mundo de las bandas que tan en boga se encuentra, el “mundo de abajo” -como les gusta llamar a los nuevos “portadores de Dios”-, y por supuesto toda la creación artística que a lo largo de siglos ha ido enriqueciendo el patrimonio católico a través de tallas, bordados, orfebrería, etc.
Con el término Semana Santa estamos englobando demasiadas cosas, lo que facilita que la verdadera esencia, lo importante de lo que Semana Santa supone, se diluya en todo lo que la adorna y rodea, hasta llegar a dársele más importancia a estas cosas -cuando no toda la importancia- que al núcleo.
Ésta es la primera de las cuestiones por la que debemos entonar el “mea culpa”, por identificar lo central con lo superficial.
Pero una vez visto esto, y que ha estamos metidos en el error conceptual, la segunda de las razones por las que debemos los cofrades católicos -y ruego se me permita esta aclaración que pueda parecer redundancia, pero que no lo es en un gran número de casos- hacérnoslo mirar es por el hecho de que admitamos que al común de los mortales les guste todo eso que rodea, lo vistoso, lo atractivo a los sentidos… dejando de lado la razón fundamental por la que todo eso existe.
Quienes tienen la deferencia -que agradezco desde la mayor humildad- de leer mis reflexiones saben que este nazareno le da mucha importancia a la naturaleza religiosa y profunda que este mundo cofrade debe tener, y que muchas veces está alejada de la realidad actual.
Creo por ello que no debemos conformarnos con que a la gente le guste sólo la fracción artística o el mundo de las cofradías como el reflejo de una cultura, pues todo esto que mal llamamos “Semana Santa” es, efectivamente un compendio de artes y una muestra de nuestra cultura. Pero no olvidemos jamás que esto surgió como una relación entre el hombre y Dios a través de la veneración a una Imagen Sagrada. Desnudar de esta esencia religiosa y de Fe para darle de lado, y fijarnos sólo en los ropajes de las notas musicales, los bordados en oro, las canastillas majestuosas y las coronas engastadas con piedras es centrarnos en lo terrenal y fácil, para abandonar lo divino y complicado.
Claro que, quizás los principales culpables de todo esto sean quienes “venden”la Semana Santa como un reclamo turístico, quienes muestran la Semana Santa como una correlación de estrenos prácticamente semanales de obras materiales e inmateriales, y de quienes no se preocupan por darle a la Fe el verdadero lugar de preferencia y central que debe tener en toda esta realidad del Catolicismo, desviando la atención a las rencillas, a las vanidades y a las ambiciones.
Como siempre, la culpa la tenemos nosotros, los cofrades; pues debemos ser los garantes de la esencia de la Semana Santa y de la Fe católica. Pero claro, para eso hay que saber dónde nos hemos metido y a dónde queremos llegar. Y no todo nazareno tiene claro dónde termina su procesión y dónde se encuentra su templo.