Siempre me aferré a Ti, pues sentía como tu mano sostenía la mía y tirabas fuerte. Me hacías apretar los dientes y salir adelante. Pero esta vez en diferente.
Ya hace tiempo que no te siento conmigo. Que te miro y no me dices nada. Que por más que te busco, no te encuentro. Te busco en las madrugadas, en las mañanas y las tardes. Durmiendo y cuando me levanto sobresaltada. Te busco en los momentos de calma y en los de oleaje… Y sigo sin encontrarte. ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy yo? Jamás pensé que te perdería, pues has sido fiel compañera, mi luz en las tinieblas, mi faro en mis naufragios. Y ahora… ¿ahora dónde nos encontramos? Pero lo más importante… ¿Nos volveremos a encontrar? Espero que sí, porque duele… Duele el alma. Duele sentir que lo más profundo de tu ser se ha marchitado sin darnos cuenta. Que se ha muerto sin poder hacer nada. Duele darse cuenta que tus entrañas se han vuelto un desierto árido sin esperanza.
Y hoy, 24 de agosto lo he comprendido todo. Otra madre te necesitaba en estas últimas semanas más que yo. Has estado demasiada ocupada con ellas. Para que, a ella, ese pequeño ángel de Almonte, le saliera todo a pedir de boca. ¡Qué egoísta me siento! ¡Qué egoísta he sido!
Sin embargo, como madre has venido a mí, a socorrerme también en el que, sin duda, ha sido el peor momento que he vivido hasta ahora. Pero… No te has parado a pensar en si mi problema era más pequeño o más grande, de nuevo me has dado la mano y has jalado de mí y me has dado las fuerzas necesarias para volver a mirar al futuro sin miedo alguno al sentirte cerca.
Gracias una vez más y perdóname por haber flaqueado, cosa que no le sucedió a esta campeona ni a su familia. Mis oraciones van hoy por ti, pequeña luchadora.