¿Se imaginan por un momento que su pareja les plantease invertir una millonada en una obra en el piso en el que viven de alquiler sin mayor respaldo documental que una mera cesión verbal cuyo origen se pierde en la memoria de los tiempos? Pueden imaginar mi expresión si a mí me ocurriese. Lo mínimo que le diría es «tú estás loco muchacho». Probablemente después me echaría unas carcajadas a su costa y la cosa quiero creer que no llegaría al río, fundamentalmente porque solamente me quedaría la opción de tomármelo a broma. Lo contrario sería presuponer que estoy casada con un tarado y francamente, preferiría imaginar que todo sería una broma que pensar que la persona en la que he de confiar está como un auténtico cencerro. Con las cosas de comer no se juega, ya lo decía mi abuela, que en paz descanse.
Pues esto, por increíble que pueda parecerles, me cuenta un amigo que es lo que tiene intención de plantear la Junta de Gobierno de una importante hermandad cordobesa a sus hermanos. Invertir una millonada en hacer obras en la casa hermandad cuando el terreno en el que ésta se encuentra no es suyo. Un pastizal en forma de préstamo personal, claro, – ardo en deseos de saber quiénes avalan semejante cosa y sobre todo qué pensarán sus cónyuges -, entre otras cosas, porque los que solicitan el préstamo no son propietarios del suelo y los dueños del terreno no están por la labor de hipotecar sus posesiones.
Ante semejante operación – barbaridad hubiese dicho mi abuela – puede que no ocurra nada, que las cuotas se paguen con absoluta fidelidad, y que al final del proceso la hermandad se encuentre con una flamante casa y todos tan contentos. Pero también puede pasar que mañana, los verdaderos dueños del cortijo, que no son los que creen serlo, decidan que hasta aquí ha llegado la cesión del terreno y que hay que buscar un hogar nuevo. ¿Se imaginan la cara de quienes han invertido el pastizal del que les hablo habiendo construido su nuevo palacete y siendo expulsados de él al día siguiente, porque el propietario así lo ha decidido? Factible es factible y el que quiera presuponer que no puede ocurrir sinceramente creo que vive en el mundo de Blancanieves y los siete blanquitos. La otra opción catastrófica pasa porque el propietario decida vender el terreno, cosa perfectamente posible teniendo en cuenta que andan cerrando chiringuitos por Andalucía en los últimos tiempos, y los que vendrán. En este supuesto ocurriría lo mismo en la práctica, una gran obra y una gran inversión y la puñetera calle al final del camino.
Tal vez me acusen de ser muy pesimista – realista diría mi abuela -. Yo sencillamente pienso que, en mi condición de ama de casa, soy lo suficientemente precavida como para que si me tengo que jugar los cuartos, hacerlo en algo que sea realmente mío. Y muchísimo más si no hablamos del patrimonio de una familia sino del de toda una hermandad que podría verse muy perjudicada si las cosas salen mal. Supongan, sin ir más lejos, que los ingresos que se suponen ciertos para afrontar las cuotas, por lo que sea un año se ven mermados. ¿Se imaginan – ya se que les estoy haciendo imaginar mucho – a la Hermandad teniendo que tomar medidas drásticas como las que tomó la cofradia de Lucena que va a tener que vender el paso de Cristo para afrontar sus cuantiosas deudas? Yo no quiero ni pensarlo. Pero en fin, a fin de cuentas, doctores tiene la Iglesia y no es a mí a quien corresponde tomar la decisión, porque, afortunadamente, ni estoy en una junta de gobierno ni quiero estarlo y ni siquiera soy hermana de esa cofradía, por más que algunos no se lo crean. Gracias a Dios tengo la suerte de que no recaigan sobre mis hombros cuestiones como ésta, que me quitarían el sueño y dedicarme a pasear en estas agradables noche de verano por lugares privilegiados como el de la foto que encabeza mi reflexión, ¿a que es bonita?