El Capirote, Opinión

Vázquez de Leca, el hombre olvidado

En el callejero de la ciudad queda el recuerdo de cientos de personas que de un modo u otro quedaron ligados a la historia de Sevilla. Algunos suenan de oídas y sobre otros podríamos enumerar algunas hazañas sin las que sería imposible describir el pasado y presente de una ciudad que en ocasiones contribuye a que se arrinconen personajes ilustres postergándolos al olvido.

Porque un callejero, más que ser un compendio de nombres viene a convertirse en un libro abierto para quienes pasen por sus calles y avenidas. Asalta al visitante la curiosidad de Francos, conde de Barajas o Alfonso XII. Y uno relaciona lugares con personajes, ciudades, países o gremios en busca de alguna conexión que aunque en ocasiones es inexistente en otras ofrece un viaje al pasado que no podría ser completado sin la presencia de estos.

Vázquez de Leca contó con una calle en Sevilla, junto a la parroquia de Santa Ana, en 1859. El 2 de mayo de 2019 se procedía a la rotulación bajo el nombre de Párroco don Eugenio. Y así se fugaz dejaba de formar parte un personaje sin el que no se entiende por ejemplo, la defensa del dogma inmaculista. Vaya por delante todos mis respetos al párroco, pero ya podría la ciudad haber buscado otro enclave. Como si no los hubiera.

De Vázquez de Leca sabemos que nació hacia 1573 y que estudió en un colegio de la Compañía de Jesús. Fue sacerdote y murió durante la peste que asoló la ciudad en 1649. Pero durante su vida, a pesar de que se desconocen bastante datos, llegó a ser uno de los máximos defensores de la pureza de María. Junto a Pedro de Toro o Miguel Cid se erige como una de las voces más preclaras de una defensa que ya estaba presente en Sevilla antes que en Roma. Luchó para que fuese reconocida como Dogma de Fe siendo una de las personalidades cruciales para entender el título de ciudad mariana, porque ¿acaso tal distinción no es un homenaje a todas las personas que defendieron durante siglos la figura de la Virgen a pesar de todos los avatares históricos?

Sin él no existiría el Cristo de la Clemencia, obra capital de la imaginería barroca, que Montañés realizó en 1603. Un crucificado del que poco puede añadirse y del que conocemos su contrato. Escribió el jiennense: «Sepan cuantos esta carta vieren que yo Juan Martínez Montañés, escultor vecino de esta ciudad de Sevilla […] me obligo a hacer y acabar en toda perfección un crucifijo de madera de cedro con una cruz tosca de la misma manera […]. El dicho Cristo crucificado ha de estar vivo antes de haber expirado, mirando a cualquier persona que estuviese orando al pie de Él, como está el mismo Cristo hablándole y como quejándose de aquello que padece es por el que está orando, y así ha de tener los ojos y rostro con alguna severidad y los ojos del todo abiertos […]. Porque tengo gran deseo de hacer y acabar una pieza semejante a esta para que quede en España y no se lleve a las Indias ni a otras partes y se sepa el maestro que la hizo para gloria de Dios». Y tan real que siglos después parece que está vivo.

Habrán pasado los siglos pero el cielo sigue siendo azul inmaculado, igual que el mismo que los seises llevan en la octava de la Purísima, un cambio que introdujo Vázquez de Leca. Hoy siguen desapareciendo personajes ilustres del callejero. Antes también lo hicieron. Nada parece haber cambiado.