Opinión, Verde Esperanza

Verde Esperanza | Toda una vida…

A todos nos ha tocado vivir, recientemente, una pandemia que vino a cambiar radicalmente nuestras vidas, deteniéndolas en seco en aquel fatídico marzo que nos arrancó de cuajo una cuaresma de las manos para no devolvérnosla hasta época que se hizo eterna, culminada por la pasada Semana Santa en la que los pasos, y con ellos, nuestra fe, volvieron a inundar las calles.

Por aquel entonces escribí un artículo que rezaba aquello de “te esperaría toda una vida, porque mi vida eres tú”, refiriéndome a la ausencia de la Semana Santa tal y como nos apasiona. Una ausencia que, en aquellas fechas, no se sabía cuánto tiempo iba a prolongarse. Reconozco que entonces hasta me llegué a plantear si alguna vez retomaríamos las salidas procesionales tal y como las conocíamos. Eran tiempos de incertidumbre y hasta de miedo.

En la más rabiosa actualidad, dada esa mezcla entre un sentimiento de orfandad y la más radiante esperanza, aquella expresión vuelve a cobrar mucho sentido, aplicándolo a la triste noticia de que la Esperanza no podrá desfilar físicamente en procesión el Viernes Santo tras los pasos del Cristo del Amor.

Dice la letra de la famosa canción de Antonio Machín aquello de “Toda una vida… me estaría contigo. No me importa en qué forma, ni dónde, ni cómo… Pero junto a ti”. Con la absoluta certeza de que esa luz, calor y abrazo que desprendía tu mirada nos acompañará a todos y cada uno de los que vivimos juntos a ti durante el resto de nuestras vidas, de una manera o de otra, y teniendo en cuenta los precedentes anteriormente descritos, me atrevo a hacer una dura pregunta…

¿Qué es un Viernes Santo sin Ella por las calles o en su camarín tal y como sucedía en la pandemia? Me dirán que mucho, y con razón. Y más si lo unimos a esos dos años en los que nos quedamos en blanco por el dichoso virus. Pero, tratando de seguir esa visión esperanzadora y cristiana que, al fin y al cabo, es el mensaje principal que la Virgen nos pretende transmitir, quizá debamos mirar el futuro con optimismo, y soñar con ese momento en que nuestras miradas vuelvan a cruzarse. Yo lo sigo teniendo claro, aguardaría toda mi vida si supiera que voy a poder volver a cruzar mis ojos con los suyos. Nos queda toda una vida por delante, y queremos y necesitamos vivirla junto a Ella justo tal y como era, por eso, no hay ni había lugar para las prisas.

Nos tocará vivir un Viernes Santo muy atípico y doloroso, otro más de los que llevamos sobre las espaldas últimamente. No obstante, el barco del Dios del Amor navegará por las calles de la ciudad. No lo hará exento de nerviosismo, de miedos ni de mil y una inseguridades, pero lo cierto es que un ancla sujetará desde la lejanía el paso de misterio del fuerte oleaje de emociones que se espera, y sujetando esos corazones que volverán a latir como uno solo, plenos de Amor como siempre y más desbordantes de Esperanza que nunca. Un ancla que se encuentra fondeado en la ciudad de la Giralda, pero cuyo vínculo es indestructible y eterno con su Hijo, crucificado por Amor, así como con todas y cada una de las almas que forman esta cofradía. No será fácil, pero aún así, tenemos por delante una estación de penitencia cargada de sacrificio, entrega, Amor y Esperanza. Con la ilusión intacta por volver a recuperar su presencia, su mirada, su abrazo maternal más cálido, su compañía, porque…como decía la canción: Toda una vida… me estaría contigo.