Esta Semana Santa la quiero disfrutar como si fuese la última, porque quién sabe si podría serlo. Esta España, cada vez más totalitaria, gracias a los caudillos que ansían el guerracivilismo ideológico, y a la manada de aburridos que ocupan su tiempo creando “palabritas”, movimientos y una ristra interminable de necedades cuyo único fin es construir un país donde el olor a detritus y el vello corporal sean señas de identidad, ven cada día más cerca la mayoría necesaria para acabar con lo bello.
Para todo este rebaño -recordemos que este término puede ser utilizado tanto para grupo de vacas como de cabras incluidos los machos viejos- la riqueza social, económica y cultural que derrama nuestra Semana Santa y que durante siglos atrae un número incontable de turistas, que anuncia la llegada de una primavera que abre la primera hoja de un cuaderno que grabe a tinta recuerdos que permanecen en nuestras memorias durante años, no es más que una seña de identidad de un país que ellos detestan, y como consecuencia, ponen todo su empeño -ése que no ponen para hacer de sus vidas algo medianamente digno- para acabar destruyéndolo.
Y fíjense bien si este maravilloso mundo es locura, que hasta a la mismísima Susana Díaz se le llena la boca de orgullo cuando dice llamarse “Cofrade”, y eso que ha estado a punto de reventar Andalucía, pero a su Semana Santa que no la toquen.
La verdad es que este año, entre catalanes y vascos, a quienes nos gobiernan, no les dará mucho su limitación para acordarse de toda esa piara que entre babas y salivas grita ante todo lo bueno que brinda una vela iluminando un pedacito de reja, o el olor que deja tu mente en blanco cuando pasas por calles que poco antes han visto el discurrir de la Fe. Pero vivan cada Semana Santa como si fuese la última, porque de no cambiar el asunto, puede que cualquier día, sea la última y sólo quede en nuestros recuerdo un Réquiem.