La impactante restauración del Cristo de Gracia

Tal y como se venía anunciando, finalmente han dado comienzo los actos con los que la Córdoba cofrade y, en particular, la Hermandad del Santísimo Cristo de Gracia han obligado a detener nuestra atención en el imponente Esparraguero que durante tanto tiempo ha despertado la devoción del pueblo cordobés.

Aprovechando las señaladas circunstancias, es sin duda obligado retroceder sobre nuestros pasos – tal y como ya hiciésemos meses atrás – para volver a recrearnos en los secretos que la magnífica y curiosísima imagen del Cristo de Gracia esconde.

Ya en anteriores ocasiones relatábamos cómo la Junta de Gobierno de la célebre cofradía del Jueves Santo decidía, por evidente necesidad, someter al Santísimo Cristo a una restauración en el mes de abril de 1981. La difícil labor de devolver al colosal crucificado a su estado natural recaía en las manos de un solicitado Miguel Arjona Navarro, quien terminaría dando alguna que otra sorpresa a la comunidad cofrade cordobesa.

El proceso – que no concluiría hasta el mes de marzo de 1982 – no fue nada sencillo, ya que el venerado Esparraguero requirió, en primer lugar, pasar por un intenso estudio que se tradujo en diez largos meses de esmerada y meticulosa investigación.

Como bien sabemos, el Cristo de Gracia nos conduce directamente hacia un remoto México, donde fue realizado con unos materiales y a través de una técnica enormemente desconocida hasta entonces en el mundo de la imaginería. No obstante, todos los investigadores que tuvieron la oportunidad de estudiar al querido crucificado coincidían al decir que el Esparraguero había sido elaborado con la posteriormente famosa cañaheja aunque nunca quedaba completamente claro en qué consistía, con exactitud, el material constitutivo.

Por otro lado, los pies del Santísimo Cristo presentaban un problema añadido al descubrirse que, al igual que sucediera en otros muchos casos, estaban sufriendo las consecuencias de un ataque de insectos xilófagos.

Visto el crítico estado de la talla y de conformidad con lo publicado en Tiempo de Pasión en el año de 1991, el proceso de rehabilitación se caracterizó por “la realización de una cata en la espalda de la imagen, que vino a confirmar la peor de las sospechas: el grado de avance del ataque de la carcoma era tan importante como para hacer peligrar seriamente la integridad del Crucificado”.

Ese punto era el que propiciaba la situación idónea para conocer definitivamente los entresijos de la hechura de la hermosa talla “del titsingueri mexicano. Así lo describía, en el boletín extraordinario El Cristo de Gracia restaurado, en el que fuera director de la Escuela de Artes y Oficios Aplicados de Córdoba, don Dionisio Ortiz Juárez (q.e.p.d.), excepcional testigo de la restauración:

[…] no se trata de una talla sino de una figura hueca, cuyas paredes están formadas por unas estructuras a base de gruesas telas encoladas y fibras vegetales que forman dos gruesas láminas separadas entre sí por unos cinco centímetros de espacio relleno de trozos de médula de caña, cuyo peso es totalmente imperceptible. La ligereza del material y la facilidad de moldear esas paredes acartonadas, con métodos parecidos a los de nuestra vieja muñequería de cartón, permitían numerosas labores y se llegaban a ejecutar imágenes como ésta, de colosal tamaño y no exentas de cierto valor artístico, pese a su arcaísmo. No cabe duda de que este Cristo de Gracia es un documento inestimable del arte y artesanía coloniales de principios del XVII.

La caña de maguey, pues, había constituido hasta ese preciso instante una verdadera incógnita en las restauraciones de imágenes devocionales, lo cual exigía la creación de un procedimiento idóneo para lograr la consolidación deseada. Este resultó ser la inyección con resinas en las cañas para contribuir a una consistencia mucho mayor de la estructura y a continuación eliminar la carcoma. Sin embargo y aún llegados a este punto, los movimientos típicos realizados durante una estación de penitencia, seguían haciendo que la estructura del Esparraguero fuese fácilmente susceptible al deterioro, con lo cual Arjona creyó conveniente realizarle una cala en la espalda, insertándole así un armazón de aluminio que se extendía desde la cabeza a los pies y también de mano a mano. De este modo el imaginero lograba fortalecer a la talla en su totalidad sin deformar su estructura original a pesar de que, así y todo, la composición del crucificado sería siempre más frágil que la de otras tallas ejecutadas en madera.

Considerando, asimismo, los estragos que el tiempo había causado en la policromía del Santísimo Cristo fue necesario intervenir en este sentido, hecho que concluyó con la exitosa recuperación de la policromía original que pudo ser totalmente “completada e igualada”, según se dedujo por las informaciones y documentos conservados hasta la fecha. Así fue como, tras una indiscutible dedicación y mimo en el tratamiento de la imagen, el Esparraguero recuperó su aspecto primitivo, aquel con el que lo acogió la Córdoba del mes de febrero del año de 1618.