Con motivo del LXXV aniversario de la refundación de la Cofradía de Santo Sepulcro y María Santísima del Amor, el pasado 26 de febrero tuvo lugar en la Parroquia de Nuestra Señora de Consolación de Doña Mencía, la eucaristía en honor a sus titulares, predicada por el párroco don José Antonio Tejero Cárdenas. A su término, se dio a conocer el magnífico cartel conmemorativo realizado por Jesús Algar Cantero, presentación realizada por Antonio Cantero Muñoz, hermano de la citada cofradía, que transcribimos a continuación:
Mi exposición se articula en dos partes: la primera, un viaje emocional sobre nuestra cofradía al que espero que me acompañen con algunas notas históricas; la segunda, unas reflexiones que entiendo debemos plantearnos.
Pasa el Santo Entierro
por las estrechas callejas del pueblo.
Sobre lo blanco, negro.
Inciertos nazarenos
abren rosario de perlas ardiendo.
Entre la nieve, fuego.
Plenilunio siniestro:
Cristo yacente con el pecho abierto.
Cuando el grito, silencio.
Un desgarrado silencio.
Esta magnífica poesía de mi buen amigo José Jiménez Urbano, refleja las sensaciones que desde tiempo inmemorial viven en los mencianos, cuando por nuestras calles discurre la procesión del Entierro de Cristo. Este espíritu encabeza el Libro de Actas de la cofradía, que nos hace saber que el 4 de abril de 1947 se inició el proceso de refundación a partir del impulso inicial de Félix Ortiz Gan, Antonio Fernández Pacheco, Leocadio Recio y Temes, que fueron ayudados por muchos mencianos.
Supuso el renacer de nuestra hermandad, con una estética que se ajustaba a su advocación: capa negra con vueltas blancas y túnica negra; la Cruz de Jerusalén, su color rojo, refleja la sangre derramada por Cristo a su muerte por nosotros, una cruz formada por cinco cruces rojas, en recuerdo de las Cinco Llagas de Jesucristo (las dos manos, los dos pies y el costado traspasado), devoción muy querida por los dominicos.
Es el momento de hablar de la especial relación que existió con la Orden de Predicadores. En todos sus conventos existía la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, devoción a la que estaban muy vinculados y que monopolizaban. Cuando comenzaron las procesiones penitenciales en Doña Mencía a partir de la segunda mitad del Siglo XVI, los hijos de Santo Domingo de Guzmán no crearon una cofradía penitencial nueva para realizar la procesión del Santo Sepulcro, se valieron del Dulce Nombre de Jesús. Su razón de ser derivaba por ser la Soledad de María la advocación pasionista mariana que le corresponde al Santo Sepulcro, al existir entre ambas una relación muy directa, reflejada en el Evangelio de San Lucas, que deriva de la asociación de ideas, de la soledad del Niño Jesús perdido en el Templo por tres días, y la soledad de la Virgen a la muerte de su Hijo, hasta la Resurrección transcurridos tres días.
Las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado fueron años de esplendor. Además de la importante labor social que desarrolló en los difíciles años de la postguerra, su cortejo era espectacular: hermanos de luz, banda de tambores y trompetas con el hábito de los miembros de la Orden del Santo Sepulcro, 16 niños con túnicas blancas y capas negra cantando el Miserere.
Esta cofradía depositaria del que entiendo es el referente más singular de nuestra Semana Santa: El acto del Descendimiento. Tiene cinco siglos de historia y a pesar de las vicisitudes históricas, en los tres templos que han servido de parroquia en Doña Mencía, la cofradía del Santo Sepulcro se ha encargado de este acto tan solemne. El recordado José Jiménez Urbano, devoto del Santo Sepulcro, refleja con estas palabras como sentía este acto tan especial:
“Estamos en el Monte Calvario. Es la hora nona. Jesús ha exhalado su último suspiro: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. La tragedia se ha consumado. El cielo se ha oscurecido. Los tambores enronquecen. Ya se ha rasgado el velo del templo. Ya han bajado a Cristo de la Cruz. Ya lo han puesto en su sepulcro. Pasa el Santo Entierro. Todo es luto y desolación por las calles del pueblo”
Su origen fue el Concilio de Trento con un fin didáctico, pues frente a las teorías protestantes, pretendía enseñar con recursos visuales, al proceder al desenclavamiento y traslado a la urna funeraria de la imagen del Jesús, por dos vecinos que representaban a los Santos Varones, que una vez que Cristo muere en la Cruz su dimensión divina sigue unida tanto a su cuerpo, llagado por la Pasión y enterrado en el Sepulcro, como a su alma, aunque cuerpo y alma estuvieran separadas.
Después de los años de esplendor, nuestra hermandad se vio afectada por la crisis sufrida las cofradías históricas durante la década de los años 60 del siglo pasado, que hizo disminuir de forma notable sus efectivos humanos. Sin embargo, a partir de 1976 comienza su resurgir de la mano de un grupo de jóvenes, alguno de los cuales continúan al pie del cañón, contando con el apoyo de personas mayores que eran nuestros referentes.
Las dos últimas décadas del siglo XX van a volver a ser años de esplendor. Se volvió a recuperar la banda de tambores y trompetas, procediendo a la restauración de nuestro titular por Manuel Gómez Güeto, del trono, así como de la magnífica urna funeraria que había sido donada en 1886 por doña María del Rosario Moreno Priego. Al término del Descendimiento con el mayor recogimiento, comenzaba la procesión con el traslado a hombros de los cofrades del Divino Yacente desde la Parroquia a la Ermita del Espíritu Santo, donde era introducida en la urna funeraria para comenzar la procesión.
Asimismo, los Evangelistas y Pregoneros iban a participar en el Sermón del Descendimiento y procesión, acompañados desde 1981 las figuras bíblicas de José de Arimatea y Nicodemo también, gracias al trabajo de Fernando Moreno Moreno, que tanto hizo por la Semana Santa de Doña Mencía. El 14 de abril de 1984 don Joaquín Higueras bendijo la imagen de María Santísima del Amor, obra del escultor Joaquín Sánchez Ruiz. Para mayor lucimiento, la procesión terminaba con el pésame a la Virgen y toque de oración por la entonces Centuria Romana del Cristo de la Expiración, acto organizado por ambas cofradías, que continúa celebrándose con gran emotividad. Dejar constancia de las excelentes relaciones de hermandad y colaboración entre ambas cofradías. En 1997 se celebró el L Aniversario de la refundación, volviendo a partir del 2004 a cantarse el Miserere y la Saeta Menciana.
Cuando llega el día de realizar la estación de penitencia, siempre echamos en falta la presencia física de algún hermano que ha fallecido, aunque todos están en el Cielo a la espera del comienzo de nuestra estación de penitencia. Aunque la lista sería interminable, me voy a referir solo a cuatro que son botón de muestra y considero hermanos ejemplares, que además representan a todos los ausentes.
Juan Francisco Muñoz Jiménez, referente de la cofradía, que tanto él como su familia siempre han estado con su cofradía, especialmente en los años difíciles cuando a finales de la década de los años sesenta y comienzos de los setenta del siglo pasado, nuestro titular salía acompañado de muy pocos hermanos.
Francisco Manuel Tapia Torralbo, que nos dejó el Viernes de Dolores del año 2021. Además de ser un referente de la Cofradía de Evangelistas y Pregoneros, también era de nuestra cofradía, “Frascuelo” nunca faltaba en nuestra Semana Mayor pues volvía a sus raíces, estando siempre presente en la procesión del Entierro de Cristo.
Francisco Arrebola López, que considero nuestro hermano mayor por excelencia, era su única cofradía por la que luchó de forma incansable en sus distintos mandatos para que fuera siempre a más.
Rafael Espejo Jiménez, que, de forma continua sin buscar ningún lucimiento personal, estuvo dispuesto a realizar cuanto fue necesario para el mayor engrandecimiento de la Cofradía del Santo Sepulcro y María Santísima del Amor. En un equipo humano, hay personas que quizás no sean muy relevantes desde un punto de vista externo, pero que detrás de la cortina realizar un trabajo excepcional, fue el caso de nuestro hermano Rafael Espejo.
Para finalizar, creo que nos podemos plantear algunas reflexiones al hilo de las ideas expuestas.
En primer lugar, es un hecho que no admite discusión que Cofradía del Santo Sepulcro y la sagrada imagen del Divino Yacente son las únicas que han participado en todos los desfiles penitenciales de Doña Mencía desde su comienzo en la segunda mitad del Siglo XVI, desfilado por todas las calles que a lo largo del tiempo han sido trayecto para realizar nuestras procesiones. Es evidente, que hoy nuestra cofradía no pasa por los mejores momentos en lo que a efectivos humanos se refiere, no nos duelen prendas en reconocerlo. Pero está abierta en quien quiera colaborar con nosotros, pues como depositarios y meros administradores que somos de algunos de los tesoros de nuestra Semana Santa, como sería la imagen del Santo Sepulcro y el acto del Descendimiento, entiendo que los mencianos debemos evitar que queden postrados en el olvido, necesitando la colaboración de personas.
Para finalizar, mi última reflexión me obliga a retomar la rica historia de nuestra cofradía. Fueron muchos los mencianos que eran devotos del Santo Sepulcro, pero de toda la documentación que he examinado, siempre me llamó la atención última voluntad de Jerónima de León fechada en 1683, que además de realizar distintos donativos a nuestro titular, quiso que se reflejará la oración de la Sábana Santa, que nos hace saber que la muerte no es el final, y que la ayuda del Santo Sepulcro y María Santísima del Amor, nos permitirá alcanzar la salvación de nuestras almas:
“Dios que nos dejaste las señales de tu Pasión en la Sábana Santa, en la cual fue envuelto tu cuerpo santísimo, cuando por José fue bajado de la Cruz, concédenos, piadosísimo Señor que por tu muerte y sepultura seamos llevados a la Gloria de la Resurrección, donde vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos amen Jesús.”